martes, 25 de septiembre de 2007

Maternidad


Sean cuáles sean las modas morales y los hábitos sexuales, la maternidad seguirá siendo el núcleo instintivo y esencial del amor, mientras el ser humano no modifique radicalmente su naturaleza.
La añoranza de la madre, de sus cuidados o de su ausencia, marcan el modo en que buscamos una relación que nos complemente. De la madre nos acordamos cuando nos sorprende el miedo de la muerte. Un ciego empuje nos abisma a profundizar en parecida cálida senda a la que atravesamos para saltar a la vida, como si quisiéramos deshacer así todo el sufrimiento que nos causa y recuperar la ingravidez del útero en que fuimos criados y protegidos.
Por eso el matrimonio nunca tendrá más sacramento ni futuro que el que le otorga una madre, sus miembros orbitan como sarmientos en torno al tronco de esa viña fertil. Tendríamos que discutir por los nombres. Pueden ser falsos nombres.
Los amantes se aniñan para ser recogidos en los brazos de una madre vicaria, porque la sensualidad exige sombras y jugos de pezones que colmen su infinita ansiedad de seguridad y placer.
Amar es un accidente, conservar el amor es un arte imaginativo que involucra la ternura de la madre. Algo le falta al amor profano: "madre no hay más que una, y a ti te encontré en la calle".

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