viernes, 24 de agosto de 2007

Fruslería

Vivimos rodeados de fruslerías, esas cosas que, según Maria Moliner, tiene el significado de "chuchería, cosilla, friolera, futesa, insignificancia, nadería, pequeñez, simpleza, tontada, tontería." Bagatelas que provocan una sangría a veces considerable al bolsillo y que muestran los caprichosos que seguimos siendo una vez alcanzada la adultez.

Pero nuestra calificación de las bobadas es también muy elástica. Los padres suelen calificar de esta manera las serias preocupaciones de sus hijos, mientras los abuelos suelen mostrarse mucho más comprensivos. Y a la vuelta de los años la mayor parte de nuestros "logros" no parecen otra cosa que "cosillas" que uno hizo en vez de dedicarse a las verdaderamente importantes. Pero no nos vayamos por las ramas; en esta entrada me refiero básicamente a las cosas materiales; aquellas que se muestran en los escaparates y deslumbran nuestros ojos y ciegan nuestra razón (cuando ésta existe, claro)

Las mujeres eran tradicionalmente las mayores consumidoras de estas fruslerías (a juzgar por los autores tradicionales; la mayor parte hombres, naturalmente). En esta época el consumo se ha democratizado y abarca ambos géneros de la especie humana y bien podría decirse que la producción de "tonterías" mueve fortunas y permite el desarrollo de grandes naciones. Veáse si no, el caso de China.

A la postre ¿que es lo que verdaderamente necesitamos? ¿con qué podríamos vivir cómodamente y sin lujos innecesarios y engorrosos? ¿No está el así llamado "mundo desarrollado" sumergido en una montaña de fruslerías tan absurdas como costosas?

Viendo un programa de televisión sobre la basura y sus problemas en EEUU uno se da cuenta de la enormidad del consumo de esta clase de productos. Y por otro lado, mientras movemos la cabeza asintiendo a quién nos comenta criticamente el espectáculo, no dudamos, a renglón seguido, de contribuir al gasto general con nuestra cuota de gastos caprichosos.

Si esto es así, llevamos el apetito por las cosas inútiles grabado a fuego en nuestros genes. En cierta forma sucede igual que con el sexo. Con períodos del año dedicados a la faena, como en el caso de la mayoría de los animales, sería suficiente para mantener y hacer crecer la especie; pero no, tenemos sexo todo el año y además hacemos lo posible para incentivarlo, como si no hubiera otras cosas interesantes de que ocuparnos. Pues bien, el apetito de fruslerías es inmanente a la especie también.

Sólo los desastres naturales o humanos hacen que ese deseo disminuya. Entonces una manta vale más que un televisor panorámico y una botella de agua limpia más que una sortija de diamantes. La civilización se achica y lo elemental brilla con luz propia. Viendo la humanidad doliente uno puede darse cuenta de cuantas cosas inútiles aspiramos a tener por qué sí.

1 comentario:

Anónimo dijo...
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