Horapolo, Hieroglyphica. París 1551 |
Horápolo (Ωραπόλλων), nombre compuesto de Horus y Apollo, nombres de dioses, uno egipcio y otro heleno, fue escritor alejandrino del siglo IV d. C., autor de un famoso tratado Hieroglyphica que Cristóforo Buondelmonte llevó a Florencia en 1422 y Aldo Manuzio editó en 1505. Es el único texto antiguo que ha llegado a nosotros y que trata de los jeroglíficos de la antigua escritura egipcia.
La enciclopedia bizantina Suidas cita a dos Horápolos, uno gramático y otro filósofo, que tal vez describan al mismo polímata. Fuera quien fuese el autor del tratado, este trata del modo egipcio de representar ideas mediante imágenes (jeroglíficos) e influyó enormemente en la literatura emblemática del Renacimiento, por ejemplo, en las Empresas morales de Juan de Horozco.
Los humanistas, hasta el jesuita Atanasio Kircher, comprendieron las inmensas posibilidades que ofrecía la imagen para la expresión creativa y simbólica, pues la imagen tiene línea directa con el corazón, esto es, con los afectos, con los sentimientos y pasiones. Alciato fue el mejor representante de la literatura emblemática.
Horápolo había dejado escrito en su tratado: "Para indicar 'eternidad' escriben [los egipcios antiguos] un sol y una luna porque son elementos eternos". Hoy sabemos, y desde hace tiempo, que ni siquiera los astros son eternos y que el sol tiene también sus días contados, pero Cesare Ripa afirmaba en su Iconología:
"El Sol y la Luna son perpetuos engendradores de las cosas, los cuales, por su propia virtud, generan, conservan y dan su alimento a todos los cuerpos inferiores... También añadiré que en las medallas de Domiciano y Trajano se ve a la Eternidad sosteniendo un sol con la diestra y una luna con la siniestra".
La Eternidad era pues simbolizada en estos dos astros que presiden nuestro tiempo de existencia. Es raro este concepto de eternidad que podemos pensar, pero ni imaginar ni representar, pues todo cuando vemos y experimentamos deviene y muere.
Andreas Cellarius, Harmonía Macrocósmica, Amsterdam 1660. El sol. |
En 1507, Nicolás Copérnico, abrumado por las inexactitudes de los calendarios de la época, llega a la conclusión de que el tiempo terrenal se mide mejor si se parte de una concepción heliocéntrica del mundo, en lugar de la geocéntrica oficial; o sea, el sol en el centro del universo aparente, en lugar del planeta Tierra. El genial astrónomo polaco podía citar en su favor los trabajos de astrónomos y filósofos de la Antigüedad clásica como Aristarco de Samos (h. 300 a. C.), Heráclides Póntico, Nicetas de Siracusa o Ecpantus el pitagórico.
En su fundamental obra De revolutionibus orbium caelestium (1543), Copérnico describe así de poéticamente el lugar central del sol en el "templo" de la creación:
"En el centro de todas las cosas reside el sol. ¿Podría imaginarse un lugar mejor en este templo, el más bello de todos, que aquél desde el que puede alumbrar al mismo tiempo todas las cosas? Se le llama con razón luminaria, espíritu, señor del universo. Para Hermes Trismegisto es el dios invisible; para la Electra de Sófocles, nadie escapa a su mirada. Sentado en lo alto de su trono, el solo guía a los hijos que lo circundan [los planetas]".
Monas Hieroglyphica |
Monas Hieroglyphica es un símbolo esotérico creado por John Dee, mago isabelino. Aparece en el Manifiesto de los Rosacruz y ha acabado sirviendo de logo a un cantante pop. Por debajo del esquema del Sol (un círculo con un punto en el centro) y el gajo de la Luna, la cruz o te de los elementa (tierra) y los dos senos del fuego. Así que sirve de símbolo de los cuatro elementos de los físicos antiguos.
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El joven Azorín se burlaba en un escrito juvenil de su propia ansia de obtener gloria como escritor:
"Fama póstuma... Dentro de cuatro, de seis, de diez mil años, quinientos mil años, ¿qué será de Homero, de Shakespeare, de Cervantes?".
Y es que desde una perspectiva cósmica, lo terrestre vale bien poco...
"Dentro de mil millones de siglos, ¿existirá siquiera el tiempo? Se acabará el tiempo. El tiempo no es eterno. El tiempo -dicen los metafísicos- no puede ser eterno; la eternidad no es ni puede ser sucesiva. La eternidad es vida interminable, vida tal que se concentra en un punto toda ella, vida en la que todo es presente y no hay pasado ni futuro. Si la eternidad fuera sucesiva, se agrandaría a cada siglo transcurrido, y se daría el paradójico y extraño caso de que lo infinito se aumentaba..."
Y concluye subrayando su angustia metafísica: "Nada es eterno; todo cambia, todo pasa, todo perece". Azorín, Diario de un enfermo, I.