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martes, 10 de agosto de 2010

Obediencia

Razones para obedecer


En 1995 viajé con mi esposa a Inglaterra. Hice entonces algunas anotaciones curiosas: A los ingleses les gusta hacer la cosa complicada, decirte, por ejemplo: "para su seguridad y por su propio interés asegúrese de que los faldones de la cortina caen dentro del baño". Los españoles hubiésemos resuelto la cuestión imperando: "No derrame el agua". Tal vez hubiéramos añadido "por favor".

A los españoles nos encanta mandar, pero por todas partes encontramos un gran obstáculo para satisfacer este irrefrenable deseo: no nos gusta obedecer. La palabra "obediencia" ha desaparecido incluso de la literatura pedagógica y, lo que es peor aún, de la política y la legislación educativa. Bien es verdad que a veces se usan ciertos circunloquios que aluden oscuramente a la necesaria obligación que ha de tener el menor de obedecer a sus padres, tutores y maestros, así se dice por ejemplo: "el alumno seguirá las orientaciones del profesor o profesora".

Se piensa que lo de obedecer es algo propio de esclavos, de siervos o de súbditos, o bien algo meramente religioso; de hecho, el diccionario de la RAE refiere especialmente este término a las órdenes regulares. En España se prefiere el término acatar, todos los políticos dicen "acatar" las órdenes judiciales, pero a continuación ponen "peros", y si ellos ponen "peros", ¿qué piensan que harán los ciudadanos comunes y corrientes?

La desobediencia se extiende a los animales domésticos. El dueño no sabe cómo evitar que molesten al huesped. O se lanzan al cuello del dueño o de sus hijos.

Sin embargo, obedecemos con más facilidad a una máquina que a un policía -o eso dicen-. Obedecemos -mejor que acatamos- las prescripciones del médico de cabecera, cuando está en juego nuestra salud...
 
Para obedecer hay que reconocer la superioridad -al menos la superioridad en conocimientos, la superioridad técnica- de otro. Pero el refrán castellano reza: "nadie es más que nadie".
 
No obstante, hay buenas razones para obedecer, en las carreteras, a la autoridad competente, en las escuelas, al que sabe. No me explico cómo sería posible la educación, en las casas y en las escuelas, sin esta virtud, compañera de la disciplina. La política -según Savater- trata de esto, de las razones que tenemos para obedecer.
 
Evidentemente, no debe promoverse la "obediencia ciega", pero sí la obediencia lúcida, respaldada por razones. Y es aquí donde percibo que los ingleses nos llevan ventaja, parecen sentir la obligación de acompañar cualquier prohibición con sólidos argumentos. Hay que tolerar lo que no hay razón para prohibir. A fin de cuentas, fue aquí donde se criaron y escribieron los grandes apóstoles modernos de la tolerancia: Locke, Hume y su amigo Adam Smith, cuyas tumbas visité en aquel viaje, in illo tempore.