Laurel con sus frutos |
A pesar de sus indiscutibles encantos, el dios Apolo no
siempre fue afortunado en amores. Persiguió en Tesalia a Dafne, ninfa montaraz, hija del
río Peneo y sacerdotisa de la Madre Tierra. Apolo llevaba tiempo
prendado de ella. Había quitado de en medio a su rival Leucipo (Caballo blanco),
el cual jugaba la astucia de disfrazarse de muchacha para participar en las
orgías serranas de Dafne. Apolo, como era adivino, lo supo y aconsejó a la
ninfa que ella y sus compañeras se bañaran desnudas para asegurarse de que
todas eran hembras. Descubrieron la trampa de Leucipo, pues no le fue posible esconder su cola, y lo destrozaron.
Sin embargo, la eliminación de Leucipo no fue suficiente. Cuando
Apolo la persiguió, Dafne llamó en socorro a la Madre Tierra y esta la
transportó a Creta donde dicen que fue conocida como Pasífae. Quedó un laurel
en su sitio tesalio con cuyas hojas hizo Apolo una guirnalda para consolarse.
Robert Graves refiere este mito a la toma por los helenos de
Tempe, donde la diosa Dafne (o Dafoenisa, "La sanguinaria") era adorada por una
congregación de ménades orgiásticas que masticaban laurel para colocarse y
arrobarse proféticamente. La sacerdotisas habrían huido a Creta y Apolo se hizo
cargo del laurel que sólo podría ya masticar la Pitonisa para alucinarse.
Pero, ¿por qué Dafne esquivaba a un dios tan hermoso, padre de las Musas? Ovidio cuenta en sus Metamorfosis
que Apolo enojó a Cupido y este hirió al primero con saeta de punta dorada, que
hace amar, y a Dafne con saeta de punta emplomada, que hace aborrecer (de
donde, por cierto, viene "aburrimiento"). Perseguida por el dios, la ninfa huía
saltando grácil como cabrita de monte por los lugares más ásperos y, perdidas sus fuerzas, reclamó el
auxilio de su padre Peneo, a cuyas ondas acuosas se acercaba por un barranco, y a la
Madre Tierra: “¡Oh Tierra, trágame o múdame en otra figura!”, rezaba desesperada.
Hecho el ruego, le subió un enfriamiento por todo el cuerpo
y la corteza del árbol le fue cubriendo los preciosos tobillos, luego las nalgas bien torneadas. Los cabellos se tornaron
hojas; los pies, en raíces perezosas. Apolo se abrazaba al árbol sintiendo aún las
entrañas calientes de la ninfa bullir bajo la costra vegetal… Vuelta Dafne toda laurel, protestó el dios: “Oh laurel, pues no puedes ser mi esposa, tú
serás mi árbol”.
Juan Pérez de Moya (1513-1596) en su Philosofía secreta
(1585) recoge la superstición de que el laurel despide de sí el fuego “semejante
a las saetas o rayos calurosos de Apolo” y, por tanto, protege del rayo. El
famoso matemático y mitólogo nacido en San Esteban del Puerto (Jaén) moralizó y racionalizó la leyenda identificando
a Dafne con la humedad y a Apolo con el sol. Así como la ninfa huye del dios,
quiere la humedad y se esconde bajo tierra para defenderse. Afirma también el
erudito humanista que con la madera del laurel (Laurus nobilis), frotando una rama seca con otra, puede
encenderse lumbre y, por fin, edifica al lector haciendo de Dafne (recuerda, la de los "rituales
orgiásticos" de Tesalia) un ejemplo admirable de castidad cristiana. Eso es lo bueno de los mitos clásicos: admiten infinidad de interpretaciones y humanísimas lecturas.