martes, 4 de septiembre de 2007

El Mal

Pensar en el mal es pensar en el bien. Son dos caras de la misma moneda. Una carretera con dos vías: ida y vuelta. Se puede hacer el mal o se puede hacer el bien. También se puede no hacer nada; sin embargo en muchos casos el resultado no es el previsto: un acto neutro; sino otro que se inclina para uno de los dos extremos que deseamos evitar.

Lo dicho arriba no se refiere a la naturaleza del mal, sino a su íntima asociación con su opuesto el bien. El filósofo se pregunta, (y es legítima su interrogación), por la sustancia del concepto. ¿Es el mal una abstracción consecuencia de una clasificación posible entre muchas imaginables; o es una entidad diferenciada, capaz de obrar y perseguir sus propios fines? Dicho con otras palabras ¿existe el mal como se lo ha concebido durante siglos, o sólo es un nombre que identifica todo aquello que nos parece desagradable o terrible?

En general las religiones tienden a concebir al mal como una presencia. Como algo maligno que llama al desastre. Ese algo puede encarnarse en un ser humano o en un espíritu. Las películas (sobre todo las norteamericanas que son las que más frecuentan el tema) constituyen el género de narración donde se dramatiza esta idea. No se representa a ese algo con pezuñas y olor a azufre, pero casi. En general es lo que mueve las cortinas amenazadoramente, lo que provoca caídas desastrosas de los personajes y que, a veces, impulsa a desbordamientos de tipo sexual o de locura homicida. Nada serio, en realidad, ya que están hechas para entretener y no para ilustrar al público; pero muestra el imaginario de los guionistas: el mal encarnado en un ser oculto y maligno.

El tema no es sencillo, ni simple. Cuando estamos frente a ciertos hechos perturbadores: los campos de concentración, la violencia planificada, las relaciones sádicas hacia los débiles, los psicópatas criminales, los terroristas que ignoran los sentimientos de humanidad, uno no puede menos que preguntarse si realmente no existe algo que actúa persistente más allá de cualquier avance social o cultural. Algo que se ríe de los buenos propósitos y que es capaz de convertir la mejor idea en una caricatura sangrienta.

Es verdad que no hay una única manera de percibir el mundo. Nuestra mente ordena la realidad de tantas maneras posibles que marea sólo el enumerarlas. Además, y esto es algo que muchas veces se nos escapa, no existe un algoritmo racional que pueda discernir el pensamiento verdadero del falso. Se puede decir que una proposición es falsa o verdadera por la manera que está construida, pero no se puede decir lo mismo de una larga cadena de razonamientos combinados con experiencias vitales. El mundo puede ser vestido de tantas maneras como mentes lo piensen. La ciencia aumenta el conocimiento, pero en áreas limitadas. La ciencia es un buen instrumento y una mala brújula. Paralelamente discurren otros mundos caóticos donde la ciencia queda empantanada. Que sean reales o no es un problema de elección personal. No hay una prueba crucial que separe, a priori, las buenas y malas consecuencias; las reales y las imaginadas. Se necesita décadas, y a veces siglos para poder entender la bruma de los hechos y hacia donde apuntaban.

Aclarado, entonces, que no hay palabras definitivas (según mi modesta opinión), uno puede dar una opinión en materia tan compleja a la par que cercana. Quizá sería conveniente recordar que 'santos' y 'perversos' son muy pocos entre los humanos. Muy pocos. Cualquiera puede hacer perrerías al vecino, pero llegar a la perversidad extrema casi nadie lo hace. Creo que si la mayoría de los humanos tuviera un anillo que otorgase inmenso poder, lo usaría para llegar tarde al trabajo sin tener problemas o para comerse una pizza sin pagar al salir. Probablemente ese inmenso poder terminaría aburriéndolo porque hasta un tonto captaría, luego de un número finito de pruebas, que es más divertido un mundo incierto, que otro que se controla en su totalidad. Habría extremos sin duda, pero insisto que la mayoría no sabría que hacer con tanto poder. Estoy convencido que la perversidad es tan rara como la genialidad. Está al final de una curva normal que describe la conducta humana y que las novelas y las películas exageran porque necesitan hacerlo para llamar la atención. Justamente, llamar la atención porque es algo raro.

Si preguntamos a un niño sobre la cuestión, es muy posible que nos de bastantes ejemplos del "mal". En estos casos suelen ser cosas desagradables, pero también están mezcladas otras que a ojos adultos nunca habrían sido clasificadas de tal suerte. El pensamiento del niño arroja luz sobre las debilidades del nuestro.

Pensar en el mal como la suma abstracta de todo lo que no nos gusta es pensar en un mal muy relativo. Lo que no nos gusta puede ser bueno para otros humanos; o para otros seres no-humanos. Ello llevaría a una verdadera relativización del concepto. Todo dependerá del punto de vista. La consecuencia inevitable será que el mal no existe como tal: ni como presencia ni como ausencia. Lo que existe es una suma geométrica de situaciones desagradables que van desde un malestar en la columna vertebral a la muerte (propia o de un ser muy allegado). En el medio está toda la lista de calamidades que el pasado siglo XX se encargó en ampliar y enriquecer con gran éxito.

En realidad circunscribir el mal a las cosas malas que nos suceden es eliminar su malignidad. La mayoría de las cosas desagradables que nos acaecen suceden porque tomamos decisiones idiotas. Algo así como construir una ciudad demasiado estrecha cuando hay espacio suficiente. También es verdad que, a pesar de todo, queda un residuo duro de hechos que no dependen de nuestra voluntad, de nuestro raciociocino y de nada que podamos controlar. Pueden atribuirse al azar, a la predestinación o al pago de canalladas realizadas en otra vida; pero en cualquier cosa no dependen de la voluntad. Esa clase de cosas ¿son muestra evidente de la existencia del mal?

No lo veo así. Podemos quedar paralíticos por causa de un accidente inesperado; se puede morir nuestro hijo o nuestra pareja; podemos perder fortuna, honor, seguridad, salud o cualquier cosa valiosa que se nos ocurra. Podemos ser obligados a hacer la guerra o a sufrirla. Pero esto no prueba nada. En la medida que todo ser es frágil, que su vida dura un instante, que su inteligencia es limitada y que está en un mundo demasiado vasto... cualquier cosa es esperable. Y para ello no se necesita la presencia (o la invención) de un algo maligno sino la pura casualidad y durar lo suficiente para que el azar intervenga. Si se vive lo suficiente algo malo nos sucederá. A pesar de intuirlo nadie quiere pensar en ello; pero aunque no se piense, sucederá.

Hay gente que niega el azar. En consecuencia el razonamiento anterior le resulta estúpido. Sin duda lo sería si se pudiera mostrar que todo lo que nos sucede está sujeto a una ley, una ley moral. "Si me porto bien, nada malo me sobrevendrá". Pero esto es materia opinable y que yo sepa fuera de un contexto religioso no existen estas clases de "leyes". La naturaleza es amoral, o (lo que vendría a resultar igual) si tiene alguna moral no es la que conviene a los seres humanos. Nosotros somos sólo un instante en la vida del universo; nos creemos inmortales como especie, pero es una ilusión ya que es razonable pensar que todo lo que tiene principio también tendrá fin. Imaginar el mal como una presencia es asignarle, aunque sea inconscientemente, las características de un organismo viviente. Y en ese caso ya dejaría de ser algo que mueve las cortinas y arruina nuestras vidas sino alguna clase de bicho que tiene su hábitat, su vida, su familia, y su ciclo vital. Algo imponente, en algunos casos, pero sujeto a las mismas leyes de los dinosaurios y los virus. Una presencia molesta, en suma, pero nada maligna.

Además hay otra cuestión que los estudiosos del tema apenas rozan: ¿cuándo debe juzgarse una acción humana o hecho de la naturaleza? Y no es un problema sencillo. Según el momento cambia nuestro juicio. Hay cosas que nos parecen terribles a poco de sucedidas; sin embargo luego de medio siglo la perspectiva puede ser radicalmente diferente. Y no digo nada si el análisis se hace unos pocos siglos después. Por supuesto que dentro de mil años el juicio de la maldad o la bondad de algo puede sufrir tan drásticos cambios que quizá no podrían ser aceptados por los que vivieron las circunstancias juzgadas. Luego ¿qué clase de mal es ese que cambia según el tiempo que lo juzga?

Resumiendo. No estoy seguro que el mal no exista. Pero si llegara a existir le recomendaría que trate de encontrar la manera de llegar a algunos acuerdos básicos con la especie humana. Tal como pintamos (en el circo cósmico), somos una especie tan agresiva y pujante que sin darnos cuenta podemos cargárnoslo y dejarlo en el camino seco y espachurrado. Claro que si no es un ser vivo tiene muchas más probabilidades de acompañarnos en el trayecto que la suerte nos depare en nuestra carrera por el Universo. Puede ser nuestro compañero virtual (o mental) que haga el trabajo sucio que su otra parte (el bien) no quiere responsabilizarse. En realidad si nos agrada el bien, podemos contar conque el mal tiene también su cubierto puesto en la mesa del hombre.

¡Así son las cosas! ¡No se puede tener sólo la cara de la moneda! La vida es atractiva porque es arriesgada, lo que implica que exista la miseria, la violencia, el terror, la desesperación, la enfermedad y nuestra muerte. Quitemos todos los males del mundo... y éste se acaba. La idea del paraíso es tan estúpida que incita a la curiosidad pensar que tantos hombres se hayan confortado con ella. Sólo puede imaginarse placentera una vida sin dolor aquel que está bajo el dolor. Es comprensible, pero no tiene sentido esa propuesta como un programa global. Si alguna idea ha creado el diablo (o cualquier espíritu perverso), no dudo que ha sido la del "paraíso" o la de la "bienaventuranza". Sólo los tiranos necesitan hacer creer a la gente que puede existir y ser placentero un mundo sin riesgo y sin dolor.

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