martes, 30 de octubre de 2007

Reflejos

Reflejar, como bien dice el Casares es "Hacer retroceder o cambiar de dirección la luz, el calor, el sonido o algún cuerpo elástico, mediante el choque contra alguna superficie adecuada".

Los espejos reflejan aquello que tienen delante, los charcos lo que está arriba, los niños el ambiente que los rodea, los escritores sus fantasmas internos.

El mundo es un juego de espejos que bailan una eterna danza. Nunca se sabe donde está el objeto original. Como un billar metafísico donde todas las bolas se entrechocan y ninguna es causa inicial del movimiento.

Si uno, como fotógrafo, desea captar una imagen puede mirar hacia cualquier lado ya que mire donde mire encontrará la que pueda interesarle. Esto es la prueba, prácticamente experimental, que el mundo es ingrávido en tanto imagen; que no existe "arriba" o "abajo" en sentido absoluto, y que lo que está arriba aparece abajo, o al costado, dependiendo del capricho de la mente.

Los antiguos veían un orden donde nosotros advertimos sólo casualidad, azar. Las enseñanzas de Hermes Trismegisto, (así llamado por los griegos, y por los egipcios Tot, el dios lunar), aseguran, véase el "Corpus Hermeticum", que existe "una correspondencia entre lo que está arriba y lo que está abajo", una relación precisa entre los fenómenos celestes y los terráqueos, entre el mundo del espíritu y el material. Esa correspondencia permite, para aquel adepto que ha profundizado en el "Corpus" influir en uno u otro mundo según su voluntad. De aquí nace la Alquimia y otras tecnologías esotéricas que tuvieron su momento de esplendor y de las cuales nunca se puede decir que "no volverán".

Es posible que la misma idea de esta correspondencia, quizá se pregunte un escéptico actual, podría haber surgido de la contemplación de un charco en algún momento de la historia de la humanidad. Tiene algo de extraño ver en ese trivial y casual espejo, que lo que está arriba, muy arriba, abajo se dibuja. Se puede ver hacia arriba... mirando hacia abajo. Para un físico no hay misterio, pero para una mente acostumbrada a entrecerrar los ojos para que no deslumbre la realidad aparente, el charco es una ventana que se abre al cosmos. Lo humilde, lo que está abajo, es también el refugio de lo inasible, lo que está más arriba de nuestras cabezas, en un mundo invisible.

La idea es seductora. El fotógrafo se queda en la apariencia, pero el filósofo, o el teólogo, puede ir más allá sin temor. El premio a esta audacia puede ser ¿por qué no? un Corpus de conocimiento que perdura, gracias a su lenguaje hermético, en aquellos que comparten idéntica mentalidad mágica o meta-física.

La enseñanza está ahí, mostrándose como un jeroglífico. Para conocer, a veces, basta con dirigir la cabeza al lado opuesto. El que logra separarse de la fascinación del objeto, lo recupera, y quizá pueda manipularlo. El reflejo contiene también la llave que puede abrir una puerta inesperada.

domingo, 28 de octubre de 2007

Transparencia



Puede ser un nombre panteísta. Quién más supo de esto fue el último Juan Ramón, quien aproximó la gracia libre al "gozo del temblor, la luminaria/ del clariver, el fondo del amor,/ el horizonte que no quita nada;/ la transparencia, dios, la transparencia".


Una cualidad óptica que ofrece la ilusión de una forma sin materia, de una estructura sin contenido, como las alas de esa libélula. La transparencia puede ser por tanto una imagen adecuada del espíritu.

Pero también vela y desvela, y con ello incita y hace deseable la carne madura y fértil. La transparencia es sexy, más que la desnudez, desde siempre.

Desde una perspectiva más intelectual, muestra la pureza del cristal con que Wittgenstein comparó la esencia lógica del mundo: su orden a priori, "es decir, el orden de posibilidades que mundo y pensamiento deben tener en común", que debe ser máximamente simple y anterior a toda experiencia, pero que debe penetrar toda experiencia; paradójicamente, lo más abstracto aparece como lo más concreto y puro. Claridad de demostraciones lógico-matemáticas, el andamiaje y ferralla de la razón.

La hormiga león, que ilustra cuanto digo a la derecha, estaba viva cuando la fotografié, dibujaba sus nervios contra la pared, en la Fuente del Cascajo (Sierra del Segura), en una noche de agosto.

La transparencia revela la forma universal creadora, pero, más acá de la estética, impone una exigencia de racionalidad social, ética y política. Transparencia de la voluntad. La verdad de la buena intención o la bondad de la verdadera intención. Como si dijéramos: "-mira, esto es lo que hay, no hay más en lo que hago que lo que tú ves, no oculto intenciones. No oculto nada".
Luce por fin -y cierro el círculo- como sendos destellos violetas en el movimiento frenético de las alas de la Xylocopa violácea, la abeja carpintera, que alimenta a sus larvas con polen en las oscuras cámaras de nidos que talla en los árboles, como ésta de abajo, que retraté al amor y perfume de las flores del níspero, bajo la dorada dulzura de un sol otoñal, en La Esperilla (Úbeda), a 27 de octubre de 2007.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Volar


En el prólogo del gran drama ideado por Goethe, Mefistófeles describe al doctor Fausto como a un pobre loco devorado por la angustia, porque "no sabe alimentarse de cosas terrenas". "Quiere las estrellas más hermosas del Cielo", sí, pero también "anhela toda sublime voluptuosidad de la Tierra".

Luego, en el monólogo con que empieza la tragedia, Fausto se incita a sí mismo: "Huye y, audaz, lánzate al espacio" -se dice.

Algo hay en nosotros, algo muy antiguo pero con gran futuro, que aspira a las alturas siderales. Algo que goza con el vértigo y el riesgo del viaje espacial. Esta vocación celestial nos hace incómodos pasajeros de la nave Tierra. Algo en las alturas nos reclama como un padre y una madre genuinos llamando a sus criaturas desde lejos.

El consejo de Dédalo a su hijo sigue siendo útil, sobre todo cuando los herederos del ingenioso griego -fuera ático, o cretense como el laberinto que construyó- han inventado de verdad el ala delta.

No vueles ni muy alto ni muy bajo, porque en ambos casos te perderás. Te devorará la luz y el sol o te tragará la tiniebla del inhumano océano.

Ni celestial ni terrestre, ni dios ni animal, tal es la condición intermedia, mestiza y limítrofe, del humano.

Lo nuestro, desde luego, no es reptar como la serpiente, sino volar como los ángeles, en esa ingravidez en que los huesos se nos deshacen por inútiles.

Nuestra condena: aspirar a ser lo que no podemos ser de ningún modo.

Tal vez no sea tan insensata la suposición medieval de que este mundo en realidad gira alrededor del verdadero infierno. La Tierra no es más que su antesala, un purgatorio cuya letra ha puesto dios y cuya música toca el diablo. Por qué, si no, tanta pasión por escapar de él, tanto placer por ir de vuelo.

miércoles, 10 de octubre de 2007

Soledad

Soledad, solitude, Einsamkeit, que palabra tan dura y en algunos casos tan deseados. Los humanos preferimos no estar solos. Buscamos la compañía de semejantes; a veces también la de algunos animales (que reciben el evidente nombre de "animales de compañía"). Es raro el que se aísla, y siempre se teme un pronóstico de enfermedad mental para el que no desea ni busca a los demás.

No obstante la santidad, o ciertas etapas de perfección espiritual, necesitan de la soledad. La mayoría de los ejercicios espirituales de cualquier religión estructurada incluye momentos, o largos períodos, de aislamiento ¿significa eso que hay que arriesgarse a alguna clase de locura para poder desarrollarse? Quizá convenga traer al presente las palabras del Buda histórico:

"El Buddha respondió: Supón que tienes un servidor que se esfuerza en todo para hacer tu voluntad. Y supón que encuentre extraño que tú seas rey y poderoso, lo cual tiene que ser resultado del mérito, siendo que tú eres un hombre y él también lo es. Y supón que se afeita la cabeza y la barba, que viste el manto amarillo y es admitido en una Orden. Y supón que tu gente te lo cuenta y te dice que tu antiguo sirviente mora en soledad y se contenta con tener tan solo alimento y cobijo. ¿Le dirías a ese hombre que volviera para ser de nuevo esclavo? El rey replicó: No, lo saludaríamos con reverencia, le daríamos un alojamiento y medicinas para las enfermedades y lo cuidaríamos según la costumbre. El Buddha respondió: Si eso es así, entonces hay una recompensa visible para la vida del eremita."(1)

Como se ve hay clases, también, en la "soledad".

Cuando uno contempla un grupo, sobre todo si está activo (y no es agresivo), el espectáculo no rechaza; más aún si se advierte en sus componentes una buena disposición al diálogo. Las personas solitarias, en cambio, no inspiran similares emociones. Esto es una señal que invita a la reflexión. Preferimos a la gente sociable, y aunque llegue a ser pesada, no genera la misma inquietud que el solitario.

Se comprende la soledad forzosa, la de los viejos, la de los miserables, la de los "sin familia"; pero no se entiende la soledad buscada, aunque se acepte (a regañadientes, probablemente) la soledad de los buscadores de una espiritualidad más refinada.

En las descripciones de la vida cotidiana de otras épocas siempre, o casi siempre, las acusaciones sobre cierta clase de delitos (brujería, perversiones sexuales, delitos contra el Estado, etc.) ha ido acompañada de la característica de "poca sociabilidad". Como si al aislarse de las miradas de sus vecinos, el personaje tuviera más probabilidad de ceder a sus turbios impulsos. Ambrose Bierce registra humorísticamente esta intención en forma asombrosamente sucinta:

"Solo, adj. En mala compañía" (2)

Este prejuicio ha desaparecido, en parte, en el mundo actual; no porque los humanos hayamos mudado de naturaleza, sino porque es mucho más habitual que en el pasado encontrarse adultos que fuera del trabajo, carecen de familia o de un grupo íntimo donde desenvolverse. Ya un psicólogo norteamericano, Rollo May, describía a mediados del siglo pasado (1958) un proceso que no ha parado de aumentar en progresión dramática:

"Existen también pruebas en abundancia de que esa sensación de aislamiento y alienación no sólo la experimentan hoy día los enfermos psíquicos, sino infinidad de personas "normales". En su estudio The Lonely Crowd, presenta Riesman gran cantidad de datos sociopsicológicos para demostrar que el aislamiento, soledad y alienación son características no sólo de los pacientes neuróticos, sino, en general, de la gente de nuestra sociedad, y que durante las dos últimas décadas esa tendencia ha ido en aumento." (3)

Uno se inclina por creer que, como en la mayoría de las cosas, hay siempre, por lo menos, "dos" maneras de enfrentarse con una cuestión (o de vivirla). Si bien existe una soledad que es negativa para el individuo, por ejemplo la que describe Vargas Llosa: "Era el hombre más agasajado del mundo y daba una tremenda impresión de soledad" (4); también se da la posibilidad de una soledad creativa y enriquecedora. Puede ser la soledad del "santo", pero también puede ser la soledad del artista, del filósofo, del escritor o del científico.

Los "demás" son compañía, nadie lo discute; a veces, también, son obstáculo y motivo de entretenimiento (en el sentido de alejar de objetivos más creativos). La soledad forzosa mantiene un vínculo subterráneo con la pobreza también forzosa: minimiza al hombre. Pero la soledad elegida puede ser una fuente de vigor y de descubrimiento. Como siempre, no existe una única alternativa.

Notas (1). Digha Nikaya en Dialogues of the Buda. Trad. T.W. y C.A.F. Thys Davids, texto contenido en Geoggrey Parrinder, "La sabiduría de los primeros budistas" Ediciones Lidiun, Buenos Aires, 1980, pag.23.

(2). Véase: Ambrose Bierce, "El diccionario del Diablo", Valdemar, Madrid, 1996

(3). En "Contribuciones a la Psicoterapia Existencial", Rollo May, pag. 81, del texto "Existencia", de Rollo May, Ernest Angel y Enri F. Ellenberger, Editorial Gredos, Madrid, 1967.

(4). Vargas LLosa, en "Borges en París", publicado por el diario "EL PAIS", Madrid, Domingo 6 junio 1999 - Nº 1129.

domingo, 7 de octubre de 2007

Compenetración


En uno de mis libros olvidados recogía el poema en que Ibn Hazm de Córdoba (994-1063) cantaba cómo el verdadero amor no puede nacer en una hora. Ni a golpe de mando a distancia, desgraciadamente. El otro no es una máquina ni un animal, felizmente, porque no sólo tiene mecanismos y reacciones, sino también pretensiones, ilusiones y recuerdos. El otro no es como un mechero, que da fuego siempre que le aplicas la fricción que tú sabes. El amor, decía el poeta, nace y se propaga despacio. Las obras del amor son lentas, requieren paciencia, parsimonia, las del odio pueden ejecutarse en un instante. No es de extrañar que quepan pocos amores verdaderos en tiempos de prisas y agobios.


En efecto, todo cuanto se forma presto, suele perecer rápidamente. Sobreviven centenarios los árboles cuya madera, como la del olivo o la encina, se aprieta y afianza muy despacio.


Más que vanagloriándose de amores, como suelen hacer todos los cantamañanas y vates del día, acababa el poeta musulmán su qasida con una bella y modesta afirmación. Se describía en ella como una tierra dura y pedregosa, reacia e insumisa a toda vegetación, pero en la que si alguna semilla de amor -o amistad- crecía con dificultad y tiempo, no le hacía falta ni lluvias abundantes para perdurar siempre. Mucho riego ahoga. Poco, seca.


Una política alemana -para más inri católica- ha propuesto recientemente que los contratos matrimoniales se firmen por siete años... ¿Cómo se puede amar a plazo fijo? Uno sólo puede querer de verdad para siempre, pero ese "siempre" carece de toda seguridad, ni siquiera puede poseer la seguridad de los siete años, si uno no se empeña en seguir queriendo compenetrarse a cada momento. Querer querer. Simplemente querer, quieren hasta los gatos y las libélulas. Es la reflexión de la voluntad la que da al amor humano su ambición infinitista: querer querer querer... etc. Borges sacó partido literario de ese juego de espejos infinitos.


Las libélulas, cuya eficacia en el vuelo no pueden emular nuestros mejores ingenios, y que seguramente nos sobrevivirán como sobrevivieron a los dinosaurios, son capaces de volar en tándem. Ocho alas en harmonía perfecta (no corrijo "harmonía" porque mi educación incluyó algo de griego). El macho sostiene a veces a la hembra mientras hace la puesta en el agua. Cuando se aparean, forman ese hermoso corazón de la foto. Ellas nos dan un ejemplo simple de compenetración perfecta.