miércoles, 10 de octubre de 2007

Soledad

Soledad, solitude, Einsamkeit, que palabra tan dura y en algunos casos tan deseados. Los humanos preferimos no estar solos. Buscamos la compañía de semejantes; a veces también la de algunos animales (que reciben el evidente nombre de "animales de compañía"). Es raro el que se aísla, y siempre se teme un pronóstico de enfermedad mental para el que no desea ni busca a los demás.

No obstante la santidad, o ciertas etapas de perfección espiritual, necesitan de la soledad. La mayoría de los ejercicios espirituales de cualquier religión estructurada incluye momentos, o largos períodos, de aislamiento ¿significa eso que hay que arriesgarse a alguna clase de locura para poder desarrollarse? Quizá convenga traer al presente las palabras del Buda histórico:

"El Buddha respondió: Supón que tienes un servidor que se esfuerza en todo para hacer tu voluntad. Y supón que encuentre extraño que tú seas rey y poderoso, lo cual tiene que ser resultado del mérito, siendo que tú eres un hombre y él también lo es. Y supón que se afeita la cabeza y la barba, que viste el manto amarillo y es admitido en una Orden. Y supón que tu gente te lo cuenta y te dice que tu antiguo sirviente mora en soledad y se contenta con tener tan solo alimento y cobijo. ¿Le dirías a ese hombre que volviera para ser de nuevo esclavo? El rey replicó: No, lo saludaríamos con reverencia, le daríamos un alojamiento y medicinas para las enfermedades y lo cuidaríamos según la costumbre. El Buddha respondió: Si eso es así, entonces hay una recompensa visible para la vida del eremita."(1)

Como se ve hay clases, también, en la "soledad".

Cuando uno contempla un grupo, sobre todo si está activo (y no es agresivo), el espectáculo no rechaza; más aún si se advierte en sus componentes una buena disposición al diálogo. Las personas solitarias, en cambio, no inspiran similares emociones. Esto es una señal que invita a la reflexión. Preferimos a la gente sociable, y aunque llegue a ser pesada, no genera la misma inquietud que el solitario.

Se comprende la soledad forzosa, la de los viejos, la de los miserables, la de los "sin familia"; pero no se entiende la soledad buscada, aunque se acepte (a regañadientes, probablemente) la soledad de los buscadores de una espiritualidad más refinada.

En las descripciones de la vida cotidiana de otras épocas siempre, o casi siempre, las acusaciones sobre cierta clase de delitos (brujería, perversiones sexuales, delitos contra el Estado, etc.) ha ido acompañada de la característica de "poca sociabilidad". Como si al aislarse de las miradas de sus vecinos, el personaje tuviera más probabilidad de ceder a sus turbios impulsos. Ambrose Bierce registra humorísticamente esta intención en forma asombrosamente sucinta:

"Solo, adj. En mala compañía" (2)

Este prejuicio ha desaparecido, en parte, en el mundo actual; no porque los humanos hayamos mudado de naturaleza, sino porque es mucho más habitual que en el pasado encontrarse adultos que fuera del trabajo, carecen de familia o de un grupo íntimo donde desenvolverse. Ya un psicólogo norteamericano, Rollo May, describía a mediados del siglo pasado (1958) un proceso que no ha parado de aumentar en progresión dramática:

"Existen también pruebas en abundancia de que esa sensación de aislamiento y alienación no sólo la experimentan hoy día los enfermos psíquicos, sino infinidad de personas "normales". En su estudio The Lonely Crowd, presenta Riesman gran cantidad de datos sociopsicológicos para demostrar que el aislamiento, soledad y alienación son características no sólo de los pacientes neuróticos, sino, en general, de la gente de nuestra sociedad, y que durante las dos últimas décadas esa tendencia ha ido en aumento." (3)

Uno se inclina por creer que, como en la mayoría de las cosas, hay siempre, por lo menos, "dos" maneras de enfrentarse con una cuestión (o de vivirla). Si bien existe una soledad que es negativa para el individuo, por ejemplo la que describe Vargas Llosa: "Era el hombre más agasajado del mundo y daba una tremenda impresión de soledad" (4); también se da la posibilidad de una soledad creativa y enriquecedora. Puede ser la soledad del "santo", pero también puede ser la soledad del artista, del filósofo, del escritor o del científico.

Los "demás" son compañía, nadie lo discute; a veces, también, son obstáculo y motivo de entretenimiento (en el sentido de alejar de objetivos más creativos). La soledad forzosa mantiene un vínculo subterráneo con la pobreza también forzosa: minimiza al hombre. Pero la soledad elegida puede ser una fuente de vigor y de descubrimiento. Como siempre, no existe una única alternativa.

Notas (1). Digha Nikaya en Dialogues of the Buda. Trad. T.W. y C.A.F. Thys Davids, texto contenido en Geoggrey Parrinder, "La sabiduría de los primeros budistas" Ediciones Lidiun, Buenos Aires, 1980, pag.23.

(2). Véase: Ambrose Bierce, "El diccionario del Diablo", Valdemar, Madrid, 1996

(3). En "Contribuciones a la Psicoterapia Existencial", Rollo May, pag. 81, del texto "Existencia", de Rollo May, Ernest Angel y Enri F. Ellenberger, Editorial Gredos, Madrid, 1967.

(4). Vargas LLosa, en "Borges en París", publicado por el diario "EL PAIS", Madrid, Domingo 6 junio 1999 - Nº 1129.

2 comentarios:

José Biedma L. dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José Biedma L. dijo...

Esta entrada es de Carlos, o eso creo. Lo curioso es que he dudado si era de CS o de JB. Tbn. yo admiro a Bierce, pero no he leído tanto sobre el budismo...
El mejor argumento para la soledad: más vale estar solo que mal acompañado. En cualquier caso, en una soledad propiamente humana siempre se escuchan otras voces... El alma no es nada sin la comunicación, palpita en el vínculo. JB