domingo, 28 de octubre de 2007

Transparencia



Puede ser un nombre panteísta. Quién más supo de esto fue el último Juan Ramón, quien aproximó la gracia libre al "gozo del temblor, la luminaria/ del clariver, el fondo del amor,/ el horizonte que no quita nada;/ la transparencia, dios, la transparencia".


Una cualidad óptica que ofrece la ilusión de una forma sin materia, de una estructura sin contenido, como las alas de esa libélula. La transparencia puede ser por tanto una imagen adecuada del espíritu.

Pero también vela y desvela, y con ello incita y hace deseable la carne madura y fértil. La transparencia es sexy, más que la desnudez, desde siempre.

Desde una perspectiva más intelectual, muestra la pureza del cristal con que Wittgenstein comparó la esencia lógica del mundo: su orden a priori, "es decir, el orden de posibilidades que mundo y pensamiento deben tener en común", que debe ser máximamente simple y anterior a toda experiencia, pero que debe penetrar toda experiencia; paradójicamente, lo más abstracto aparece como lo más concreto y puro. Claridad de demostraciones lógico-matemáticas, el andamiaje y ferralla de la razón.

La hormiga león, que ilustra cuanto digo a la derecha, estaba viva cuando la fotografié, dibujaba sus nervios contra la pared, en la Fuente del Cascajo (Sierra del Segura), en una noche de agosto.

La transparencia revela la forma universal creadora, pero, más acá de la estética, impone una exigencia de racionalidad social, ética y política. Transparencia de la voluntad. La verdad de la buena intención o la bondad de la verdadera intención. Como si dijéramos: "-mira, esto es lo que hay, no hay más en lo que hago que lo que tú ves, no oculto intenciones. No oculto nada".
Luce por fin -y cierro el círculo- como sendos destellos violetas en el movimiento frenético de las alas de la Xylocopa violácea, la abeja carpintera, que alimenta a sus larvas con polen en las oscuras cámaras de nidos que talla en los árboles, como ésta de abajo, que retraté al amor y perfume de las flores del níspero, bajo la dorada dulzura de un sol otoñal, en La Esperilla (Úbeda), a 27 de octubre de 2007.

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