
Si uno, como fotógrafo, desea captar una imagen puede mirar hacia cualquier lado ya que mire donde mire encontrará la que pueda interesarle. Esto es la prueba, prácticamente experimental, que el mundo es ingrávido en tanto imagen; que no existe "arriba" o "abajo" en sentido absoluto, y que lo que está arriba aparece abajo, o al costado, dependiendo del capricho de la mente.
Es posible que la misma idea de esta correspondencia, quizá se pregunte un escéptico actual, podría haber surgido de la contemplación de un charco en algún momento de la historia de la humanidad. Tiene algo de extraño ver en ese trivial y casual espejo, que lo que está arriba, muy arriba, abajo se dibuja. Se puede ver hacia arriba... mirando hacia abajo. Para un físico no hay misterio, pero para una mente acostumbrada a entrecerrar los ojos para que no deslumbre la realidad aparente, el charco es una ventana que se abre al cosmos. Lo humilde, lo que está abajo, es también el refugio de lo inasible, lo que está más arriba de nuestras cabezas, en un mundo invisible.
La idea es seductora. El fotógrafo se queda en la apariencia, pero el filósofo, o el teólogo, puede ir más allá sin temor. El premio a esta audacia puede ser ¿por qué no? un Corpus de conocimiento que perdura, gracias a su lenguaje hermético, en aquellos que comparten idéntica mentalidad mágica o meta-física.
La enseñanza está ahí, mostrándose como un jeroglífico. Para conocer, a veces, basta con dirigir la cabeza al lado opuesto. El que logra separarse de la fascinación del objeto, lo recupera, y quizá pueda manipularlo. El reflejo contiene también la llave que puede abrir una puerta inesperada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario