miércoles, 17 de diciembre de 2025

ETERNIDAD


Platón dijo que el Tiempo es "imagen móvil de la eternidad". Podemos convertir la frase y decir: La eternidad es imagen inmóvil del tiempo. Sobre el concepto o paradoja de la eternidad, escribí en el blog Espíritu y Cuerpo. ¿Cómo puede ofrecernos quietud para siempre lo que no cesa de sucederse y moverse? Eternidad y tiempo se miran en un espejo que invierte sus atributos, muda el cambio por permanencia. La vida, ¿sólo puede existir enel tiempo? Seguramente. ¿Podremos los seres humanos alumbrar de nosotros ángeles en la eternidad como pretendía Eugenio d'Ors? 

Cuando más desesperada es nuestra condición, más quimérica y urgente es también nuestra esperanza... Aquí no entraremos en especulaciones filosóficas o teológicas sobre la eternidad, sino en un concepto mucho más sensual y terreno, sugerido por un personaje de Luis Landero en su magnífica novela Juegos de la edad tardía (1989). 

Hablando de su infantil devoción, el protagonista, Gregorio Olías, recuerda a un cura bondadoso, Pelayo Marín, que tenía la frente de plata porque había sufrido una trepanación de la que despertó con fulgores místicos. La Virgen se le había aparecido tres veces dándole recetas de bizcochos y dulces de jengibre, que Pelayo interpretaba como anticipo de los goces de la gloria eterna, donde el Paraíso se parecía a una tarde lluviosa dedicada a las delicadezas de la repostería.

Cuando le preguntaban cómo sería la Eternidad, el padre Pelayo afirmaba que allí seremos sabios y podremos hablar de teología y de apicultura mientras nos deleitamos comiendo hojaldres de miel y cortadillos de batata o de cabello de ángel. En la eternidad seremos omniscientes y preguntaremos por el placer de oírnos a nosotros mismos en distintas voces. El sacerdote imaginaba a San Bartolomé disertando sobre las propiedades del palomino para adobar los cueros salmantinos, o sefiguraba a sí mismo disertando sobre la Gravitación Universal, fenómeno físico que ahora no entendía, mientras al hablar se le derretían en la boca los tocinillos de cielo, los huesos de santo y otras delicias gloriosas.

En el pueblo, todos los niños besaban la mano de Pelayo; natural, porque le olía a pan de higo, que tal vez se untara por las mañanas para difundir el amor a Dios y probar su existencia. Ese aroma hacía gratos los misterios de la religión. 

Gregorio Olías perdió la fe porque los pocos curas dominicales que trató en la ciudad no olían a nada o, peor aún, olían a fideos y a ducha fría. Lo peor no fue que perdiera la fe, sino que con ella perdió también la esperanza de llegar a la santidad y probar las delicias de la pastelería de la eternidad celestial. 

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