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"Pobre bestia", JBL, 1990. Acuarela y tinta sobre papel cuché. |
Al horror lo define Marina como un miedo muy intenso producido por una catástrofe o por algo terrible o cruel, que puede no representar un peligro para el sujeto. Y no lo representa el horror ficticio de las películas o las series. Próximo a la repugnancia o al asco, el horror, al contrario que otras formas de miedo como el espanto, impide huir y parece anular la opción de luchar, pues no queremos tocar ni forcejear con algo asqueroso.
Nos eriza el pelo; nos paraliza. Nos horroriza por naturaleza lo extraño. El prestigioso etólogo y etnólogo austríaco Eibl-Eibelfeld comprobó la existencia de xenofobia infantil en todas las culturas investigadas. De manera que sólo la educación o la habituación pueden controlar, sublimar o neutralizar, el horror que nos causa lo extraño incontrolable o prodigioso; si el sentimiento de asco u horror no puede extirparse, al menos sí su manifestación pública. Sin embargo, lo común es incluso que se use esta emoción como instrumento pedagógico. Es corriente, por ejemplo, que una madre yanomami diga a uno de sus hijos que un extranjero se lo va a llevar si sigue lloriqueando. Es el mismo horror que nos causaba "el hombre del saco" o "la bruja del mediodía" con que nos amenazaban nuestros padres.
Como siempre, el efecto en nosotros de lo extraño o de lo bizarro puede ser ambiguo, lo que nos horroriza puede también despertar nuestra atracción y curiosidad y, desde luego, nos excita. Y es evidente que la juventud tiene una necesidad tónica de excitantes y, la nuestra, tan narcisista, unida a su incapacidad manifiesta para la admiración, que sería un sentimiento contrario al horror, parece adorar lo estéticamente horroroso. No de otra manera puede explicarse el éxito del underground zombi, que puede estudiarse como una subcultura artística contemporánea.
El horror nos atrae más de lo que estamos dispuestos a admitir. Hitchcock reveló su secreto: rodar las escenas de amor como asesinatos y los asesinatos como escenas de amor; sexo y peligro, horror y excitación son inseparables. Nadie pagaría un billete para el tren de la bruja si esto no fuera cierto. Lo que no sabemos bien es por qué en el cine resulta más respetable en general asustarnos, espantarnos y horrorizarnos, que excitarnos con picardías, pacífica y eróticamente.
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