miércoles, 28 de octubre de 2009

Atención

No se ha reflexionado lo suficiente sobre el hecho de que la claridad e intensidad de conciencia de un objeto o de un sistema de relaciones dependa enteramente del grado de atención que les prestamos. No hay cosa, por pequeña que aparezca, que no revele su inmensa e infinita magnitud para el análisis o para la interpretación, con tal de que le prestemos suficiente
atención; la concentración crea, por ejemplo, para el jugador de ajedrez, un universo efectivo de posibilidades, de jugadas y réplicas, de ataques y defensas virtuales, una intrincada red de interrelaciones, en el que le va la "vida" a su dama, la posición a su torre y la "cabeza" a su rey. La consciencia puede entregarse del todo a ese espacio y a ese tiempo tan artificiosos, con tal de que su casa esté lo bastante sosegada y halle algún interés en salvar la "vida" de la dama y la altiva figura de "su majestad", por lo demás bastante estática. La fuerza de la atención dota sin más de vida a los objetos. Ese fue y es el sentido real del animismo. El espíritu no sólo reconoce lo que es él mismo, sino que también se disemina cada vez que escoge una dirección.

Repetiremos con el psicoanálisis que mucho del interés que arrastra a la conciencia hacia un género determinado de realidades es inconsciente. Nuestro ser inconsciente se apega con obstinación a eso a lo que no hemos podido o no hemos querido prestar atención. No hay necesidad alguna de que la consciencia retroceda ante el misterio, ante el enigma, ante el horror. No hay que decirle a un maniático de los soldaditos de plomo que repare en ellos cuando le salen al paso; los buscará, los pondrá al paso, escudriñará su génesis y su historia.

Mucha gente lamenta sus descuidos hacia los demás echándole la culpa a la mala memoria. ¡Pobre Memoria!, sus debilidades siempre andan en boca de todos. A su hermana gemela, Imaginación, se la difama llamándole "la loca de la casa" y a la pobre memoria, también, llamándole "el talento de los tontos". Infamias sin fundamento que sólo descubren el lado infantil de la primera y el lado mecánico de la segunda. Sabemos sin embargo que la memoria y la imaginación (una misma facultad en verdad, si bien considerada desde el lado pasivo y activo, respectivamente) hacen posible que pasemos de un lugar a otro, sobre el mismísimo abismo, de lo sensible a lo inteligible y de lo inteligible a lo sensible; ellas dotan de cemento al mundo y comunican la naturaleza con la historia, la biología con la biografía.

Sucede que no les prestamos la debida atención a ciertos recuerdos, conservamos fácilmente los que queremos, los que quisiéramos adherir a nosotros mismos, los que estimamos hermosos y buenos, pero también muchos de los que quisiéramos olvidar. Tal vez esas pesadas adherencias, esos parásitos de la memoria, dependan de una atención que prestamos involuntariamente, sacudidos por la resistencia del mundo, impresionados por la fuerza de las cosas o asustados por sus amenazas. Necesidad, Azar y Deseo, Placer y Dolor, se disputan sus raíces, sin embargo sus frutos y flores ofrecen tal variedad de formas, que es inevitable concluir que, hasta los ápices de las ramas, el árbol tomó control de la materia, hasta informarla de intenciones y proyectos propios.

Tengo presente (hacer presente es lo que verifica la atención) una hermosa definición de Giner de los Ríos respecto de la atención, aunque seguramente ahora la reinvento o parafraseo:

La atención es el cuidado que el espíritu presta a la existencia de las cosas.

La definición de don Francisco tiene la ventaja de revelar el lado moral y metafísico de la atención, incluyendo también el lado puramente psicológico que la determina como condición de la percepción.
El descuido es una falta de atención, un desorden del atender. Una persona atenta -decimos con razón- es una persona que pone cuidado en no fastidiar la existencia de los demás, que observa las intenciones, respeta los deseos y cura los intereses de sus semejantes.


La atención es reconocimiento. Tal vez por eso la gloria y la fama sean tan sugestivas, tan encantadoras y tan venenosas... Cada vez que hablan de nosotros, nos dotan de existencia. Alentamos si no nos miran, vivimos sin que se cuiden de nosotros, como una higuera, como una berenjena, como una garrapata, ¿pero existimos personalmente sin la atención del otro?, ¿Seremos almas sin otras almas que se cuiden de la nuestra? Seguramente no, no hay identidad que pueda sobrevivir si no resulta reconocida por la palabra o la mirada del otro, en grandísima medida nuestra identidad depende de esa mirada, de esa palabra y de los gestos que la acompañan. Nos constituimos en ese tejemaneje de atenciones y cuidados. Quien se cuida de mí me reconstituye a cada paso. La atención reconoce la existencia, pero también dota de existencia, instituye realidad.

Atentamente

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