miércoles, 22 de octubre de 2025

ESCRITURA

 

Apuntes de Manuel Fuentes, Calígrafo


"Los hombres nacen y mueren desde hace un millón de años, 
sólo escriben desde hace seis mil"

Nacemos y morimos solos. A medida que uno desarrolla su personalidad, forma su espíritu y se individualiza, gana libertad y también soledad. Puede que escribir tenga que ver con la defensa de esa diferencia solitaria en que uno está, porque sea un aislamiento que aspire a ser comunicado y busque social justificación...

"Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento afectivo, pero desde un aislamiento comunicable". María Zambrano.

Mas no sólo late en la escritura la afirmación de la singular diferencia del que escribe, sino también la generosa afición de compartir lo que se ha vivido o se sabe porque se ha descubierto. Cualquiera ríe y llora mejor en compañía.

En la escritura no empuja el inmediato apremio de la charla, la urgencia de la escucha y de la respuesta oral. Se evade el que escribe de la circunstancia asediante. En su palabra se recoge como si echara alma en novedad, en irrealidad o en ficción como efecto mitográfico:

 "la ficción emerge con la palabra escrita, pues sólo en virtud de ésta puede el pensar hacerse con sus pensamientos, simulando y disimulando su aparición." (Francisco J. Ramos). 

En efecto, el relato se liga mediante la escritura a la Memoria, concebida como resguardo de lo útil, de lo valioso o incluso de lo sagrado, en la perspectiva positiva propia del dios egipcio Thor. No olvidemos que los primeros signos escritos fueron cuentas agrícolas en pictogramas sumerios. Bien es verdad que esa memoria objetiva, escrita --como denuncia Platón en el Fedro-- es monumento frío e inerte... Aunque más sólido y estable que la carne, no da razón de sí porque la escritura permanece muda a las preguntas del que vuelve a ella como lector. 



Desde otro punto de vista, que es la perspectiva de Thamus en el diálogo platónico, la escritura es un fármaco o remedio maligno para la memoria, porque confiándose los hombres en la escritura olvidarán o "serán traídos al recuerdo desde fuera, por unos caracteres ajenos a ellos, no desde dentro por su propio esfuerzo" (275a). Hete aquí --como comenta el profesor Ramos en su Estética del pensamiento I, "El desafío literario"-- que la exterioridad de los signos gráficos pone en peligro la integridad de la Memoria, es decir, la fuerza interior del alma que recuerda.

A este respecto menciona Ramos la concepción platónica de la Verdad, el paso de la verdad como mito a la verdad como concepto (o mejor, como idea)...

"La Verdad es el Ser de lo que es (ousía óntos ousa), cuya contemplación nutre la mente divina, y cuya Realidad sólo al pensar le está dado ver y re-conocer. Pensar es contemplar: contemplar es ver: ver es teorizar (theoría), y teorizar es actualizar el conocimiento que trata sobre lo que realmente es. Pero esta concepción de la Verdad emerge del di/simulo de la escritura que el propio experimento logográfico lleva a cabo; lo cual supone algo fundamental: el paso del mito de la Verdad a la Verdad como concepto sólo es posible poniendo en juego la escritura de lo verosímil."

En efecto no es la verdad, ni es la realidad lo que juega en el arte o en la ética como hipnótico y atrayente, sino lo verosímil y la irrealidad entendida como ficción creíble e ideal. Como afirma Ramos: La escritura platónica es la techné que le permite al filósofo competir y rivalizar con la mímesis de los poetas, que cantan o escriben "copias de copias". El teatro dialéctico de Platón tendrá un carácter agónico, siendo así que podemos decir que los filósofos se convierten en auténticos autores de tragedias y hasta de la más bella y la mejor, la del orden público, la del sistema político... 

"... pues todo nuestro sistema político consiste en una imitación de la más hermosa y excelente vida (μíμησις τοῦ καλλίστου καì ἀρíστου βíου), que es lo que decimos nosotros que es en realidad la más verdadera tragedia. Poetas, pues, sois vosotros, pero también nosotros [los filósofos gobernantes] somos autores de lo mismo y competidores y antagonistas vuestros en el más bello drama que el único que por naturaleza puede representar, según esperamos nosotros, es una ley auténtica" (Leyes, VII, 817b).

La ley ha de ser el corego, es decir el patrocinador de ese drama que es la vida civil. En función de la ley se acordarán qué guiones son representables en la ciudad justa con la que sueña Platón. Mas téngase en cuenta lo que dice el Ateniense un poco antes, que "si quiere uno ser persona inteligente (phrónimos) no es posible conocer lo serio sin lo cómico" (Leyes, 816e). Lo que no puede uno hacer, si quiere participar de la excelencia, es representar o imitar dos cosas a la vez contrarias. 

También pudiera ser que la escritura naciese de una derrota, como los diálogos de Platón de una frustración política. Busca el escritor un lector cómplice, un amigo comprensivo; si no encuentra quien pueda escucharle en su medio, inventa un lector ideal. "Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente" -dejó escrito María Zambrano, cuando buscaba "un saber sobre el alma", preguntándose la razón de su exigencia de escribir... 

De la escritura en general se puede decir lo que afirma Ramos de la escritura filosófica en particular que, como el ajedrez, el arte o la ciencia, es una disciplina de la mente: "ella es tanto un juego como una práctica intelectual", una ficción que aspira a ser considerada como verdadera, aunque secundariamente pueda también ser considerada como justa y bella. Desde Parménides (500 a. C.), la pretensión de Verdad es motivo vital (y podríamos decir que viral) de la Filosofía.

Cuando la escritura no es un poder, no es más que un consuelo. Arte. Nació con la escritura la historiografía, también un arte, lo que equívocamente llamamos "Historia", confundiendo lo que sucedió con su relato en parte inventado, ficticio, pura recreación. ¿Se pretende con la escritura salvar lo sucedido de su olvido y la palabra de su vacuidad? Tal vez, pero no de su vanidad, porque no hay frontera clara entre descripción y prescripción, ni entre explicación y justificación. 

Forjando las palabras como metales duros tal vez puedan perdurar más que nosotros. "Lo escrito, escrito queda" --¿no es sospechoso que esta máxima también se encuentre escrita--. ¿Nos sobrevivirán las letras? ¡Que no se pierda lo que aprendimos! Daremos testimonio de lo recorrido, ¿cómo hacerlo sin escribirlo? La historia, lo de verdad sucedido, ese tesoro de los horrores, de los errores, según Ortega, un acerbo que la historiografía preserva. Aunque es dudoso que nadie escarmiente en piel ajena.

Alfabeto de Geoffroy Tory, h. 1520.
Usa modelos constructivos y perspectiva de Da Vinci y Durero

El caso es que, al escribir, algunos hallamos consuelo y desahogo. No es sólo que uno busque salvarse en la palabra, también desea salvar a las palabras de su olvido, de su desuso, que es su muerte. Josefina Martos Peregrín ha jugado con gracia e ingenio en su literatura a rescatar en Malabarismos palabras semiolvidadas, porque, según reconoce: "los vocablos arqueológicos me chalan"... ¡Ser transitorio también el de las voces, como criaturas  río efesio que pasan y no vuelven! Dichas, sin fijadas en el papel o la luz, se las lleva el viento como vilanos de diente de león. 

El caligrama más famoso de Apollinaire:
La paloma apuñadada y el surtidor de agua

Es digno oficio el de fijar humanas voces y conducirlas en nuestra reconciliación con lo perdurable. Es un hecho que las grandes verdades no suelen decirse hablando; más que las pequeñas, reclaman en el verbo distinción y claridad; buscan piedra, papiro, pergamino, papel, luz perpetua, la fijeza del símbolo escrito, verbo o número. Nacieron de la imagen, y vuelven a ella en caligramas, como en lágrimas de nostalgia por lo que fueron.

Se escucha en nosotros la vocación pedagógica, el afán irreprimible de comunicar lo desvelado, silenciando las pasiones propias o, al menos, sublimándolas. Ocultando las mejores intenciones y puede que disimulando también las peores. Uno se di/simula tras su palabra escrita para que no se le vea el plumero. Ocúltase el Divino ateniense tras sus personajes, demodo que no comparece su Yo jamás, o se ha diversificado en ese escenario de la mente que imaginó Hume; aspira a ser admirado como conciencia vigilante sin más interés que el de la Humanidad, comunidad imaginaria, buscada, figurada pero sin presencia, pues amor no cura jamás. 

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