miércoles, 3 de julio de 2013

Trascendencia

 

El inmanentismo vitalista carece de fundamento.

La vida es primeramente acción. Nos movemos por motivos y propósitos. Toda acción requiere una meta, pero la vida no puede ser fin de sí misma. De hecho, nuestra existencia resulta una aventura que acaba mal, con la enfermedad, el dolor y la muerte. La vida apunta a lo que no es ella misma. Por eso, el fin de la vida ha de ser una meta-vida. 

Pasa lo mismo con la lógica, no es posible hablar de ella ni explicar su sentido y valor, sus elementos y reglas de formación y transformación, sin otro lenguaje lógico que la envuelva, que refiera a ella significativamente: un lenguaje metalógico.

Si Dios existe, no está vivo, está meta-vivo.

Nietzsche tuvo que recurrir a un mito peregrino, el del eterno retorno, para justificar una vida que hace de sí su única referencia real. Pero de qué me sirve a mí una vida que retorna a sí misma si resulta pobre, desdichada o indigna. No creo que a Nietzsche le gustase repetir los diez últimos años de su existencia terrenal sumidos en la dependencia y la locura. La vida no se acredita por sí misma, es la salud, la alegría y la dignidad lo que la hacen valiosa, merecedora de ser vivida.

Añadamos como refutación al "instantaneísmo" de la “vuelta eterna” que el eterno retorno de lo mismo (¡Dios mío, que aburrimiento!) supone una descripción finita de la energía e infinita del tiempo, sólo en un tiempo ilimitado y si las combinaciones materiales que nos constituyen son finitas se volverán a repetir los mismos acontecimientos en el colosal caleidoscopio de la historia natural, ¡pero estamos lejos de saber si la materia del universo es cuantificable o el tiempo seguirá pasando siempre, per secula seculorum!

En el machadiano “hoy es siempre todavía” cuentan para autentificar el presente, ontológicamente seguro, tanto el antes como el después, implícitos en el "todavía" o, dicho de otro modo, sin conciencia histórica y aspiraciones trascendentes la vida no se eleva a la categoría de vida propiamente humana

Un ejemplo: Mozart y su Requiem; los restos mortales deshechos por el tiempo y la forma eterna de su música. La vida de Mozart se trascendió en el sentido de su música. Del Mozart viviente y material no queda casi nada.

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