lunes, 30 de agosto de 2010

Celda


Diez años cavando desde mi celda un túnel hacia la libertad. Diez años de sufrimiento y soledad. Lo único que me salvó de la locura fue la ilusión de la liberación, la esperanza de volver a ver la luz del sol. Esa confianza en mi escapatoria me mantenía con vida, fortalecía mi cuerpo, empujaba la corriente de mi sangre, daba un sentido a mis días. "Ya falta menos", "ya falta poco" -con esas frases me animaba cuando ponía con cuidado la tapadera de aquella madriguera de sueños, al final de cada noche, para que nada pudiera verse durante el día.

Diez años imaginando cómo sería mi liberación en la oscuridad, arañando, comiendo tierra, tosiendo polvo, soñando con el momento en que mis retinas se contraerían dolorosamente por culpa de la luz de fuera, la luz natural, la del padre sol. Tal vez sólo podría mirar directamente al mar... pero ya no vería barrotes, ni guardias detrás de los barrotes, ni ratas junto al jergón, vería el mar, el infinito mar...

Diez años cavando desde mi celda una escalera hacia la luz, ¡Y ahora, un simple fallo en los cálculos -tal vez una esquina mal resuelta- hacen que me halle en la celda de otro hombre!

martes, 10 de agosto de 2010

Obediencia

Razones para obedecer


En 1995 viajé con mi esposa a Inglaterra. Hice entonces algunas anotaciones curiosas: A los ingleses les gusta hacer la cosa complicada, decirte, por ejemplo: "para su seguridad y por su propio interés asegúrese de que los faldones de la cortina caen dentro del baño". Los españoles hubiésemos resuelto la cuestión imperando: "No derrame el agua". Tal vez hubiéramos añadido "por favor".

A los españoles nos encanta mandar, pero por todas partes encontramos un gran obstáculo para satisfacer este irrefrenable deseo: no nos gusta obedecer. La palabra "obediencia" ha desaparecido incluso de la literatura pedagógica y, lo que es peor aún, de la política y la legislación educativa. Bien es verdad que a veces se usan ciertos circunloquios que aluden oscuramente a la necesaria obligación que ha de tener el menor de obedecer a sus padres, tutores y maestros, así se dice por ejemplo: "el alumno seguirá las orientaciones del profesor o profesora".

Se piensa que lo de obedecer es algo propio de esclavos, de siervos o de súbditos, o bien algo meramente religioso; de hecho, el diccionario de la RAE refiere especialmente este término a las órdenes regulares. En España se prefiere el término acatar, todos los políticos dicen "acatar" las órdenes judiciales, pero a continuación ponen "peros", y si ellos ponen "peros", ¿qué piensan que harán los ciudadanos comunes y corrientes?

La desobediencia se extiende a los animales domésticos. El dueño no sabe cómo evitar que molesten al huesped. O se lanzan al cuello del dueño o de sus hijos.

Sin embargo, obedecemos con más facilidad a una máquina que a un policía -o eso dicen-. Obedecemos -mejor que acatamos- las prescripciones del médico de cabecera, cuando está en juego nuestra salud...
 
Para obedecer hay que reconocer la superioridad -al menos la superioridad en conocimientos, la superioridad técnica- de otro. Pero el refrán castellano reza: "nadie es más que nadie".
 
No obstante, hay buenas razones para obedecer, en las carreteras, a la autoridad competente, en las escuelas, al que sabe. No me explico cómo sería posible la educación, en las casas y en las escuelas, sin esta virtud, compañera de la disciplina. La política -según Savater- trata de esto, de las razones que tenemos para obedecer.
 
Evidentemente, no debe promoverse la "obediencia ciega", pero sí la obediencia lúcida, respaldada por razones. Y es aquí donde percibo que los ingleses nos llevan ventaja, parecen sentir la obligación de acompañar cualquier prohibición con sólidos argumentos. Hay que tolerar lo que no hay razón para prohibir. A fin de cuentas, fue aquí donde se criaron y escribieron los grandes apóstoles modernos de la tolerancia: Locke, Hume y su amigo Adam Smith, cuyas tumbas visité en aquel viaje, in illo tempore.