sábado, 3 de noviembre de 2007

Persona







A la memoria de mi tío

Fernando Biedma Campos



En nuestro tiempo y espacio la personalización de los animales corre pareja a la animalización de los seres humanos. La dimensión personal, la que posee dignidad y merece respeto, parece contar poco.

Persona es lo que muere irremediablemente, mientras la naturaleza recicla sus restos materiales. Pero no es lo que se inhuma o arde. Es lo irrepetible: por eso resulta tan trágica la muerte de cualquiera; cualquiera es siempre único, especie única (Unamuno). Una interpretación irrepetible de la humanidad.

Persona es lo indivisible, lo inclasificable, lo que sólo puede ser referido y abarcado insuficientemente por el nombre propio.

Los adolescentes temen usar los nombres propios porque intuyen que eso les compromete personalmente. Las cosas no me solicitan ni me reclaman como a un igual; las personas, sí. Por eso digo "tío", o "tronco", "tronca" o "chichi" o "pischa", en lugar de Isabel, Carmen, Araceli... El apodo es una vía intermedia, singulariza pero todavía clasifica, cosifica. El Pelao, de la familia de los Pelaos, que se llaman así por su calvicie prematura o su pelo ralo...

Persona es un concepto tan primitivo como cosa, salvo que persona es, precisamente, aquello que no puede ser cosa, un particular de base tan insólito que posee cuerpo y es también cuerpo (una propiedad intransferible). El único referente dotado de dos tipos de predicados, físicos y psíquicos, es personal. De hecho, soy el mismo que pesa más de ochenta kilos y sueña con viajar a Siracusa (la Siracusa de Platón y Dionisio, claro).

Sin embargo, sólo los egoístas recalcitrantes confunden la persona con el yo. El "yo" es un término viajero, que puede atribuirse cualquiera que asuma la fuerza ilocutiva del acto de comunicación. Es simple y grosero creer que la persona sea mera fuerza comunicativa. Aunque tal vez la persona emerja de la comunicación no es sólo comunicación, no se disuelve en sus relaciones sociales, como pretendían los historicistas.

La persona es el verdadero agente de la acción propiamente humana, aquella que contiene intención, buena o mala intención, porque hay buenas o malas personas; es más, sólo las personas pueden ser malas o buenas, no los animales en que anidan. La acciones personales son las que ejecutamos libremente, mediante una elección preferente guiada por razones, por convicciones, por actitudes favorables.

La persona es sobre todo un invento, un cuento, un mito, un puente narrativo, una biografía. Lo que soñamos: un puente entre lo que somos (nuestras disposiciones naturales), y lo que debemos ser (nuestros ideales morales). La persona se sedimenta en los vicios y las virtudes de un carácter ('ethos', de donde "ética"), pero también posee iniciativa creadora, autorreguladora. Ese sí mismo de la persona es la instancia que puede prometer, comprometiendo la regularidad y situación de sus estados futuros, siendo fiel a sus promesas o cumpliendo la palabra dada. Sólo la persona responde de lo que hace, es responsable, por eso los adolescentes huyen de los nombres propios, sienten que es duro entrar en el reino de los adultos, en el reino de las responsabilidades personales. Prefieren entregarse a un movimiento sin futuro y pasado: el instanteneísmo. No obstante, si sólo existe el presente, no hay persona que valga y cualquier especie de violencia queda excusada, incluso la tortura que no reconoce al otro como persona. Es el animal el que vive en presente. La persona también acepta compromisos retrospectivos, hacia un pasado sobre el que pende como sujeto cultural, con el que está en deuda y al que debe agradecimiento, el que adeuda a los ancestros.

La persona tiene un cerebro, pero no es un cerebro; representa su personaje, usa máscaras, pero no es ni sólo personaje ni sólo máscara. Siente en su intimidad que no puede ser ninguna cosa. No se agota en sus representaciones porque es un fin en sí, o el fin de fines si orienta sus preferencias a lo bueno.

Yo creo -como Ricoeur- que el respeto a las personas debe estar por encima incluso del respeto a la norma. Esa dialéctica es la de la democracia, que reconoce la igualdad de las personas (isonomía) y su capacidad para pronunciarse racionalmente (isegoría), pero exige una sabiduría práctica más antigua, que remite a un horizonte de ilusiones creadoras y recreadoras.

¿Hay en el fondo de la persona una voz moral, una conciencia racional, o sólo un impulso amoroso? Puede que esa conciencia carezca ya de nombre propio, sea Inconsciente o Superconsciente, o su nombre sea de Otro, Otro más grande y todopoderoso sin nombre personal o que es muchas personas en que éstas alcanzan paz y felicidad, gloria y reposo...

Que así sea.



Fuentes: Aristóteles (Ética para Nicómaco), Kant (Crítica de la razón práctica), Manuel García Morente (Ensayo sobre la vida privada), Paul Ricoeur (Sí mismo como otro).