jueves, 16 de agosto de 2007

Argumento

Convendría repensar y revaluar la retórica, que desdichadamente fue arrumbada por las navajas occamiana y cartesiana.
¿Por qué?
a) el principio de economía es estéticamente inútil y ontológicamente inservible: la existencia es mucho más antieconómica que la Nada. La existencia es de hecho exuberante.
b) Descartes creyó injustamente que había una línea nítida entre la exactitud y la superstición, entre la demostración y el paralogismo (falacias, sofismas). No es así: entre la demostración o la deducción segura (logos apodiktikós) y la mera superchería publicitaria, hay un mundo, el del razonamiento verosímil, especulativo, probable, retórico y dialéctico: es el arte de la argumentación, donde se han movido siempre las humanidades como peces en el agua. A las personas nos seguirá interesando siempre discutir sobre dios o los dioses, la verdad, la libertad, el aborto o la belleza... incluso sobre en qué consiste eso que llamamos ser persona (y que tal vez no sea sino una invención argumentativa, retórica). Nos hacemos personas en esa discusión antinómica, persuasiva, interminable, convenciendo al otro de la autenticidad de nuestros deseos, de la verdad de nuestras experiencias, del rigor de nuestras razones.
c)En 1997, la máquina Deep Blue llegó a escanear 200 millones de posiciones ajedrecísticas por segundo. La dramática confrontación entre el ingenio electrónico y Kasparov acabó con la derrota del campeón humano frente al cerebro mecánico. No es el cálculo lógico lo que nos hace mejores ni más eficaces. No es la racionalidad pura lo que distingue a los hombres de las máquinas, sino la argumentación impura, creadora, avasalladora, suasoria. Es esto lo que nos hace distintos. La máquina será mejor matemática y más fina científica que el hombre, pero no puede hacer sofística, carece por lo visto de ambiciones políticas.
Platón mismo, gran detractor de la retórica demagógica de su tiempo, defendió al final del Gorgias la necesidad de una "buena retórica". Sin ésta, la educación sentimental, o sea, la educación moral en general, resulta imposible. El educador no sólo debe inculcar verdades, tiene también que hacerlas amables. Hay que mecer con cuentos la cuna del hombre. La imaginación también cuenta. Ella es la que nos trae cuenta, sobre todo. En ese dominio de lo imaginario y simbólico nos contamos quiénes somos.
Convendría abrir el concepto de "real" para subsumir en él no solo "lo que está ahí y ahora" (lo determinable espacio-temporalmente), sino también lo que sin ser 'hic et nunc', es de algún modo (fue, será, merece ser, puede ser construido) y, a veces, es para siempre, estuvo en los orígenes y estará al final. Los valores, las relaciones, los números, los entes metafísicos... por ejemplo: el mal (problema de los problemas donde los haya).
Presumir que una figura retórica, por serlo, carece de contenido real es privar a la política, a la historia, a la educación, a la poesía y al arte en general, de una gran parte de su sentido. Lo diré de otro modo: no es lo mismo ser un unicornio que un sátiro.
O lo escribiré con Bettetini: "Existe todo un universo expresivo de ficción al cual pueden faltar referentes y objetualidades correspondientes a la representación, sin que sea automáticamente menoscabado ningún elemento del sistema de verdad puesto en acción. Se trata del ámbito de la composición fantástica y de la ficción poética". Además, el mundo de "lo que está ahí", es precisamente el dominio de lo imaginable, mientras que el dominio de lo que no está ahí no resulta por ello infranqueable a la inteligencia. Muchos inteligibles científicos, hoy, resultan del todo inimaginables, empezando por la Singularidad de los cosmólogos. Que lo divino resulte inimaginable como objeto natural no significa que no pueda ser inteligible como proyecto sobrenatural, como idea proversiva o como ideal. Tal es el caso también de la libertad o la verdad.
Cuando argumentamos no lo hacemos sólo de cara a lo real, sino sobre todo de cara a lo ideal y lo deseado. Cabe un utilitarismo metafísico que defienda que "lo que está ahí", lo está precisamente porque es útil. Y cabe una defensa utilitarista de la idea de dios (cfr. la apuesta de Pascal o la de W. James).
Es demasiado simplista pensar que sólo es real "lo que está ahí". Además, ¿Sabemos con seguridad que las cosas están ahí? En los objetos tecnológicos hallamos fácilmente la realidad de una metafísica materializada, todos ellos se definen por su función, o sea, por lo que fue (en pasado) en su origen sólo un fin de la inteligencia o únicamente un proyecto de la imaginación. Bueno, en realidad sólo sabemos que determinadas construcciones perceptivas son eficaces en determinadas situaciones operativas y no en otras. Kant ya intuyó, y la Gestalt confirmó científicamente, que nuestra imaginación asume un papel activo y constructivo en la imagen que tenemos de "la cosa que está ahí". Sin embargo, actuaré como si la estaca fuese recta, aunque ya no la vea recta al sumergirla en la alberca. No entiendo que el sol gire alrededor de la tierra, aunque sea eso precisamente lo que veo todos los días que sale el sol... También la ciencia argumenta retóricamente. No le basta con decir verdades, debe hacerlas creíbles si quiere defenderse de la superstición. Debe hacerlas creíbles y útiles, si quiere vivir de las subvenciones.
En realidad, "lo que está ahí", lo que supongo que es la realidad, es una compleja construcción que debe tanto a los sentidos como a los prejuicios, tanto a los estímulos físicos como a la tradición estética y a las construcciones culturales y metafísicas, tanto a lo objetivo como a lo proversivo (expectativas, deseos, esperanzas...).
Pongamos el sentido del orden. No hay percepción ni inteligencia sin tal sentido. Suponemos un orden, nuestro orden, cada vez que sintetizamos sensaciones o conceptos, en impresiones o juicios. Pero, ¿existe el orden? La pregunta puede asimilarse en abstracto a esta otra: ¿tiene el universo estructura?, y a ésta: ¿tiene el universo sentido?, o, por fin: ¿existe Dios? Algunos metafísicos afirmarán que no es posible pensamiento alguno sin tal suposición, ni reconocimiento de estados físicos, ni comprensión o interpretación de aconteceres vivenciales...

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