miércoles, 15 de agosto de 2007

Amenaza

Los humanos conocemos muy bien lo que es sentirnos "amenazados". Es una sensación vital, que acompaña, probablemente, a todo bicho viviente y en ciertos momentos conscientes.

Las amenazas son múltiples, provienen de cualquier lado; desde el interior, donde nuestro organismo envía señales a veces ambiguas pero cuando toman la forma de dolor o molestia se convierten en inquietantes. De afuera, donde una mirada ajena demasiado fija, una nube que amenaza tormenta o una carta donde se nos convoca, son signos amenazadores.

Ya lo adelantó el Buda, vivir es estar en permanente peligro y congoja. No sólo cuando estamos mal, sino, lo que es ya el colmo, cuando estamos muy bien. En este caso el malestar proviene de la aguda conciencia de vivir un instante perecedero; y que cuanto mejor estamos se avizora, con ciencia intuitiva, lo complejo que resulta el retorno de un placer similar.

Evitamos, olvidamos, alejamos los miedos, inventando toda clase de juegos y complicadas estructuras sociales. Es increíble lo que se avanza tecnológicamente para no recordar la fragilidad de la vida. Más cada época tiene su particular estrategia para afrontar las amenazas inherentes a la existencia.

En la Edad Media preferían abordarlo desde "lo peor". Los sermones religiosos apuntaban casi siempre a lo perecedero de la vida y a la superficialidad de cualquier placer. Era una solución extraña a los ojos modernos, ya que implicaba pasarlo muy mal incluso en los mejores momentos. Dado que los peligros acechan siempre, la solución pasaba por recordarlo de tal manera que el daño de su aparición real era amortizado desde mucho antes de su posible aparición. Así como el tacaño vive una pobreza anticipada y reacciona frente a ella con "más miseria", el religioso medieval se adelante a todos los temores convirtiéndolos de posibilidad en realidad presencial. Siglos después nos parece una mala solución, y quizá la evolución nos haya obligado a comprobar que la anticipación del dolor es peor que el sufrimiento real.

Los europeos nos cansamos de los sermones y el péndulo se fue al otro extremo. Así concluimos que mejor es no pensar en "lo malo" y que se debe soñar con un futuro donde las amenazas se van reduciendo hasta lo imperceptible. Por supuesto no todo funciona así: las compañías de seguros necesitan de la anticipación negativa para sobrevivir; pero la mayoría de los procesos mentales contemporáneos van por ese camino, o por lo menos se intenta. Cualquier predicción agorera es despreciada como "sesgada"; cualquier pronóstico de calamidades es acogida con una tolerante sonrisa. Todo el mundo "sabe" que las cosas si empeoran será por poco tiempo, y la mejor manera de prevenir cualquier desdicha es no pensar en ella. Así de "mágico" se ha convertido nuestro pensamiento.

Extraña solución. Quizá tan extraña como la medieval. El sentido común no encuentra un término medio aceptable, ya que probablemente no exista. No se puede estar "un poquito embarazada", de la misma forma o hay amenazas o no las hay.

El gran acierto del misticismo es haber captado que la existencia humana es asimétrica; que no hay la misma proporción de beneficios y perjuicios o de placer y dolor. Que aunque se pudiera demostrar que el beneficio individual aumenta con el progreso social y tecnológico simultáneamente se incrementa la sensación de inseguridad y las amenazas se reinventan (como las enfermedades) adoptando nuevas formas. El mensaje parece pesimista: vayas donde vayas y te desarrolles como te desarrolles siempre estarás atenazado por dolores reales y otros anticipados, por miedos y ansiedades; circundado por amenazas físicas o virtuales; temiendo lo que se te viene o preocupándote por perder lo que has alcanzado. Sin embargo es posible que el análisis tenga también, luego de tocar fondo, su propio antídoto: y éste no es otra cosa que el descubrimiento de la vacuidad, del vacío. Nagarjuna, el gran místico y teórico budista, es el referente intelectual de este gran descubrimiento: el vacío es la sustancia que subyace a toda realidad, incluyendo las amenazas que nos persiguen. Pero el tema del "vacío" no tranquiliza a nadie, excepto a los que tengan una vocación filosófica irrefrenable. Así que la historia sigue.

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