domingo, 4 de enero de 2015

Amenaza

En su origen la palabra fue neutra y plural:
cosas amenazantes, como malos presagios.
Fúnebres almenas del destino,
ámbito minado de la vida.

Imposible vivir sin riesgos ni amenazas.
Cada camino, sus piedras, sus abrojos.
Pero es peor si no sabemos de dónde procede
ni tal vez cuál pueda ser su forma.

Esta es la clave del suspense de Hitchkock
-se nos contraen los cojones, si te quedan-,
suspender el desastre; un arte elusivo.
La verdadera amenaza siempre es muerte,
la que llevamos dentro.

Temo la furia que habita en mi interior, como un verdadero afán destructor que ni siquiera domina ese que creo ser,
y no es más que imaginación.

Lo peor es que nuestra vida, aun orientada, se dirige
como una flecha sacudida por circunstancias adversas
hacia un horizonte de algún modo previsto
pero desconocido, desde su origen sentido vagamente.

Toda la frágil arquitectura de nuestros hábitos pende de un hilo. Cuando sentimos esto, la existencia puede antojársenos un don o un milagro. Se adensa el instante a la luz del incierto porvenir.

Amenaza, en cualquier momento saltará la liebre del peligro y nos pillará desarmados, vulnerables. Un poco de grava en una curva de la carretera, un bichito invisible en el pulmón de tu hijo, una célula de tu páncreas que da un golpe de Estado convirtiendo en tumor maligno a muchas otras.

Tenemos que aprender a convivir con la conminación del Ser al ser. Tal vez el mal no sea más que una fractura del bien, pero se manifiesta en entes que intimidan. La amenaza principal se cumplirá inexorablemente y el náufrago se quedará mudo, sin queja, sin oración.

(Por cierto, la autoridad no amenaza, sólo avisa, y el que avisa no traiciona.)

No hay comentarios: