miércoles, 3 de julio de 2013

Trascendencia

Algunos piensan, cuando leen o escuchan la palabra "trascendencia", en eso que solemos llamar "el sentido de la vida". Recuerdo una película de los Monty Phyton con este mismo nombre. Yo mismo he pensado una y otra vez en lo mismo "¿y quién no?" se preguntará el lector. Es verdad, no creo que exista humano que pasando de los cinco años no se halla hecho esta pregunta alguna vez; incluso para ciertas psicologías es una cuestión que abruma por lo repetitiva a lo largo de toda la vida. También está la superficialización de la cuestión que se manifiesta, sin ir más lejos, en la formulación de esta pregunta en cualquier entierro. Pregunta que va seguida de una silenciosa complicidad en el grupo, como si todos supieran que de esas cosas, como de las costumbres sexuales, mejor no menearlas porque son insondables.



Actualmente estoy convencido, aunque no intento convencer a nadie solo expresarme, que buscar "el sentido de la vida" más allá de las relaciones humanas... no tiene ningún sentido. Sería equivalente a preguntarse por el aroma de un triángulo, o por la justicia subyacente en el orden planetario de nuestro sistema solar.

Me explico. Hay productos humanos que lo son claramente; pongamos por caso un coche. Otros son productos más etéreos, en el sentido de que hay que pensar un poco para descubrir su origen puramente humano: el matrimonio podría ser un caso, ya que este hecho, o cosa, o relación tipificada en el código civil, es algo que se parece al "emparejamiento" pero que tiene marcadas diferencias con esta otra clase de relación; los zoologos que hacen documentales a veces pecan de antropomorfismo cuando muestran las relaciones estables entre macho y hembra en diversas especies animales.

Y por último existen una clase de productos fabricados por el hombre que tienen la peculiaridad de parecer "naturales", y que por lo tanto son previos a la existencia de nuestra especie y probablemente también existan una vez que hayamos desparecido del universo. La justicia, o mejor dicho el concepto de "lo justo" podría ser un buen ejemplo.

Las religiones son, normalmente las encargadas de transmitir esta idea, sea en su forma judaica: un Dios que premia con la vida eterna a quienes se comportan justamente en su paso por la vida; o en su forma budista, un karma que se transmite más allá de los organismos vivientes individuales y que está orientado por la justicia de sus comportamientos.

Sobre el karma se puede teorizar mucho, y llegar a sutilezas teologales que casi nadie comprende, pero al ponerlo como ejemplo me baso, más que nada, en la visión popular (común en los países budistas) dónde el que las hace, las paga, aunque sea en otra vida.

Pues bien, la "justicia" no es otra cosa que un producto humano; fuera de nuestra especie no tiene el menor significado, y por lo tanto la idea de una naturaleza justa. o un proceso de causa-consecuencia basado en ésta, resulta un sinsentido tal como aquel triángulo aromático que he mencionado más arriba.

El mismo hecho de que esta afirmación resulte polémica para algunas personas sirve para demostrar, según lo veo, que algunos productos humanos son tan sutiles que ni siquiera parecen humanos; es decir que son inmanentes al universo y que nuestra especie solo interviene en su descubrimiento.

La "trascendencia" es la operación mental que hacemos con algunos productos nuestros para situarlos más allá de la especie. Surgidos de nuestro cerebro humano, imaginamos que están fuera de nuestro control y que por lo tanto sirven al igual que las estrellas lejanas, por su relativa inmovilidad, servían a los navegantes para orientarse en las noches oscuras y sin luna.

En pocas palabras: "el sentido de la vida" sólo tiene sentido en tanto lo charlamos con nuestros compadres, más allá o más acá carece de significado. Esta cualidad lo convierte en un tema perfecto para divagar siglos y siglos contribuyendo, así, a la supervivencia económica y social de algunos miembros mejor dotados de nuestra especie para hablar y pensar en términos puramente abstractos. Naturalmente que su negación también forma parte del juego.

Trascendencia

 

El inmanentismo vitalista carece de fundamento.

La vida es primeramente acción. Nos movemos por motivos y propósitos. Toda acción requiere una meta, pero la vida no puede ser fin de sí misma. De hecho, nuestra existencia resulta una aventura que acaba mal, con la enfermedad, el dolor y la muerte. La vida apunta a lo que no es ella misma. Por eso, el fin de la vida ha de ser una meta-vida. 

Pasa lo mismo con la lógica, no es posible hablar de ella ni explicar su sentido y valor, sus elementos y reglas de formación y transformación, sin otro lenguaje lógico que la envuelva, que refiera a ella significativamente: un lenguaje metalógico.

Si Dios existe, no está vivo, está meta-vivo.

Nietzsche tuvo que recurrir a un mito peregrino, el del eterno retorno, para justificar una vida que hace de sí su única referencia real. Pero de qué me sirve a mí una vida que retorna a sí misma si resulta pobre, desdichada o indigna. No creo que a Nietzsche le gustase repetir los diez últimos años de su existencia terrenal sumidos en la dependencia y la locura. La vida no se acredita por sí misma, es la salud, la alegría y la dignidad lo que la hacen valiosa, merecedora de ser vivida.

Añadamos como refutación al "instantaneísmo" de la “vuelta eterna” que el eterno retorno de lo mismo (¡Dios mío, que aburrimiento!) supone una descripción finita de la energía e infinita del tiempo, sólo en un tiempo ilimitado y si las combinaciones materiales que nos constituyen son finitas se volverán a repetir los mismos acontecimientos en el colosal caleidoscopio de la historia natural, ¡pero estamos lejos de saber si la materia del universo es cuantificable o el tiempo seguirá pasando siempre, per secula seculorum!

En el machadiano “hoy es siempre todavía” cuentan para autentificar el presente, ontológicamente seguro, tanto el antes como el después, implícitos en el "todavía" o, dicho de otro modo, sin conciencia histórica y aspiraciones trascendentes la vida no se eleva a la categoría de vida propiamente humana

Un ejemplo: Mozart y su Requiem; los restos mortales deshechos por el tiempo y la forma eterna de su música. La vida de Mozart se trascendió en el sentido de su música. Del Mozart viviente y material no queda casi nada.