lunes, 16 de julio de 2012

Ideología


Por "ideología" entendió Marx una falsa conciencia, un modo de sentir y saber pervertido por las relaciones de producción, que son relaciones de explotación en las sociedades históricas. Como una parte de la superestructura, la ideología pasa por ser un reflejo desfigurado de lo que somos, distorsionado por el espejo de los intereses económicos, o sea, los de la clase dominante.

Pero en otro sentido, ideología pasó a representar una visión del mundo con pretensiones políticas: una metafísica que aspira a gobernar.

Gonzalo Fernández de la Mora escribió un libro excepcional, El crepúsculo de las ideologías (1965), injustamente despreciado por la gauche divine, a causa del vínculo del intelectual con la dictadura franquista. Pero el libro resultó profético. Mi tocayo Ferrater Mora, un exiliado republicano, lo confirmó en Las crisis humanas (Salvat, 1972). El propio Marx conjeturó que en la sociedad capitalista la economía por sí misma sería capaz de reproducir el modo de producción dominante. Todos economicistas y pendientes de la prima de riesgo y de la subida o bajada de las bolsas, como si en ello nos fuese de verdad la vida. Homo oeconomicus ya no cree que las ideas produzcan efectos decisivos, sino sólo que debemos ajustarlas a las exigencias de los mercados. Un error, sobre todo cuando éstos no satisfacen necesidades, sino que las crean. .

Pero todo lo que el hombre hace o experimenta pasa o retumba en su cabeza; el vacío dejado por la ideología se llena inmediatamente con otro relativo con pretensiones absolutas: el "absoluto funcional" y la "redención técnica", que con eficacia incomparable absorbe, amasa y nivela. Definitivamente, la palabra "ideología" sigue siendo útil al pensamiento crítico, al menos para interpretar hemiplejias y paraplejias cerebrales, compulsiones retóricas, vanas polémicas, dialécticas degradadas, discursos fideístas y suasorios con pretensiones ético-políticas. Así se puede hablar con fundamento de "ideología nacionalista" o "ideología de género", y también de "ideología ecologista o conservacionista".

El fundamentalismo es lo mismo, pero llevado al extremo. En la ideología del fanatismo la parte lógica de ideo-logía se reduce a la congruencia terrorista de que el fin justifica los medios. Uno podría hablar en estos casos de ideo-manía. Una sola idea, cargada con la dinamita de fuertes emociones y dudosas pasiones, en las que suele predominar el resentimiento, se impone a todas las demás ideas, hasta tiranizarlas. En lugar de una democracia de valores, en la que hay que pensar y discutir, cada día y en cada caso, sobre su relativa jerarquía, uno de estos valores toma la metralleta hasta condenar a prisión o muerte a todos los demás. Un valor convertido en obsesión -incluso si se trata de la justicia, valor de valores- acaba deviniendo en algo injusto, pues la misma justicia debe ser atemperada por la caridad, el amor o la benevolencia. La idea dominante en la mente de un fanático acaba convirtiéndose en un demonio y transformando al portador en un poseso, incapaz de reflexión y examen racional, incapaz de pensar. Es esta incapacidad para el pensamiento lo que impresionó a Hannah Arendt cuando percibió la banalidad y pobreza de espíritu de los asesinos de masas nazis.

Esta idea tiránica, este valor o ideal totalitario, puede ser una ilusión, una alucinación, una perfecta mentira, un cuento perfectamente fantástico; la restauración de un reino que jamás existió, la recuperación de un paraíso legendario, la revelación de un profeta inspirado o el fin próximo de los tiempos, el "comunismo libertario" o la "utopía científica" (valga la profunda contradicción entre los términos de estas entrecomilladas expresiones). La idea totalitaria puede ser tan irracional ella misma que busque continuamente razones en que apoyarse, que invente argumentos aun peores que los que construyó Gorgias de Leontini a favor de la nada, siendo además preferida por los grandes embusteros y narcisistas acomplejados, que son aquellos que tienden a creer sus propias mentiras. Puede ser incluso una idea o una imagen abstracta fea y ominosa, como la que centra el culto a Satán. Ceder a la fascinación de lo espantoso puede ser una tentación obscena, pero enraíza en el fondo animalesco de la naturaleza humana, arraiga en zonas recónditas de nuestro imaginario: esas en las que el miedo se impone a la esperanza aunque se sublime en éxtasis orgiástico.

-Señor -reza un personaje de El Roto- habla con tus fanáticos.
-No puedo -responde desde las alturas el "Todopoderoso"- también a mí me tienen amenazado.