sábado, 5 de junio de 2010

Realismo

La palabra "realismo" es ambigua, se presta a equívocos. Sirve en la calle para decir que uno es "realista" en el sentido de que uno no es un soñador, un utopista, un fantasioso, porque uno tiene muy en cuenta la realidad, o sea, aquellas circunstancias que limitan nuestras libertades o simplemente nuestras posibilidades; pero la voz "realismo" sirve en la Academia para referir a la doctrina que afirma que las ideas (y los ideales) son cosas (en latín, 'res, rei'), o por lo menos poseen algún tipo de realidad objetiva. Así, uno es "realista" en filosofía cuando acepta que los valores (belleza, justicia...) y los conceptos universales (animalidad, humanidad...) existen de algún modo a parte rei, con independencia de que existan cosas bellas o animales...
Pero también se consideró "realista" la doctrina ontológica de Aristóteles por suponer que hay una adecuación posible (verdad) entre el conocimiento, el lenguaje y la realidad. Es decir que cuando decimos la verdad, lo que decimos puede ser pensado como adecuado a lo que existe o que se da en el decir verdad la adecuación entre pensamiento y realidad: el pensar verdadero no es un inventar ficticio. La verdad es así la adecuación de la cosa al intelecto. He aquí una concepción "realista" de la verdad, porque cuando digo "tengo una perra que se llama Nana" mi perra está de algún modo en lo que digo y en el entendimiento de lo que digo.
El idealismo no se opone en filosofía al realismo, sino que, al menos en el primer sentido, el platónico, el realismo es la forma extrema del idealismo.
Lo contrario del realismo platónico es el nominalismo, que afirma que los universales y los valores son sólo nombres, etiquetas útiles pero que sólo tienen realidad en cuanto que los aplicamos o suponemos en las cosas (in re) o, si son ideales, tienen sentido como metas regulativas de la acción, pero son ilusiones inexistentes, pues en ningún sitio existe la justicia perfecta, ni la libertad, etc. "No hay más cera que la que arde". El nombre "rosa" puede ser útil para meter en su cajón muchas experiencias de rosas concretas, pero sólo existen éstas, las que crecen sobre tallos espinosos y mueren, no existe la rosa universal y perfecta, intemporal y ubicua.

Considero que uno no tiene más remedio que ser realista en ciencia e idealista en ética; y además, considero que esto es lo correcto, en el doble sentido de lo más verdadero y lo más bueno.
Kant fue un realista epistemológico, pues consideraba que los conceptos podían referir a objetos científicos con tal de que tuvieran contenido empírico; pero fue idealista en ética, puesto que afirmó que la experiencia no nos sirve para deducir lo que debemos hacer, sino que los principios de la moral los hallamos a priori, en la propia universalidad ideal de la razón.
Ser realista en ciencia significa que uno supone que hay razones objetivas para distinguir entre rosas y margaritas, entre tocino y velocidad, entre vacas y nísperos.
Puede que nuestra mente imponga una retícula al ser, y puede que nuestra mente funcione como una criba que sólo admite como grano de realidad aspectos útiles del ser, antropomórficos. Una imagen perfecta de la realidad sería una imagen de infinitos píxeles. Pero, en cualquier caso, aunque todo conocimiento humano signifique cierta "domesticación" de la realidad, aunque todo conocimiento esté transido por el poder y el deseo humanos, demasiado humanos, eso no significa que el conocimiento sea arbitrario. Si bien nuestro conocimiento de la cosa, ¡y no digamos nuestro saber sobre el mundo, el alma o Dios!, no agota la realidad, ni la agotará nunca, sí nos dice lo que las cosas relativamente son o pueden ser.
El realismo actual (el de Putnam, por ejemplo) sostiene que las teorías científicas ofrecen descripciones ciertas de objetos y procesos observables e inobservables del mundo, con independencia de la mente.
Para apuntalar su realismo, Hilary Putnam recurre el "argumento del milagro": el realismo es la única filosofía que no hace del éxito de la ciencia un milagro.