lunes, 20 de agosto de 2007

Diario

En cualquier parte del mundo la gente lee el diario de la misma manera. Esto no es raro, si se piensa que hay pocas alternativas (leer cabeza abajo o de costado, resulta muy trabajoso) ¡Sería interesante saber si existen diferencias apreciables más que en la postura, en la cabeza del lector!

A priori me inclino por pensar que deben registrarse importantes discrepancias desde la perspectiva de la nacionalidad, la raza o la religión. A estas probables diferencias habría que agregar, para mayor complejidad, las que surgen del universo mental de cada lector.

Esta variedad de reacciones surgen de la gran oposición que existe entre la realidad y la que imaginamos al leer un texto.

Pienso, por ejemplo en Winfried Georg Sebald, escritor ya desaparecido, quien solía acompañar sus escritos con algunas fotos de los lugares que relataba. En "Los anillos de Saturno", describe una melancólica playa del sudeste de Inglaterra, totalmente desolada; más al volver la hoja la encontrarnos fotografiada y sufrimos una fuerte desilusión, un choque. ¡Qué contraste entre la costa imaginada y la que vemos! Ese páramo era otra cosa en nuestra mente: más dramático, menos trivial.

Tales cosas me llevan a pensar que las mejores ciudades visitadas son las que uno recorre con la mente. Quizá debería recomendarse a la gente que divida sus viajes en dos claros tramos: el primero, de simple recolección de sensaciones... y el segundo, mucho más interesante, donde se cierran los ojos y afloran los recuerdos con sus emociones. Esta segunda parte sería el viaje real, el mejor por supuesto. Cómo ciertos alimentos, para saber mejor no deben comerse frescos.

Volviendo a los diarios, me temo que en muchos casos su lectura no deja nada, ningún recuerdo, ninguna emoción. La experiencia semeja al sueño producido por el opio u otra droga narcotizante. Al doblarlos y dejarlos sobre la mesa flotan algunos restos en la memoria; imágenes aisladas, fragmentos de titulares, algún hecho destacado... Al principio, cuando se lee, la información es clara, pero rápidamente se degrada no bien se la pierde de vista. Como el lector de diarios no "estudia" lo que lee, no vuelve atrás para comparar ni toma notas de lo llamativo, avanza progresivamente hasta la consumación del rito y cada nueva información, cada foto, cada columna con sus comentarios, se van integrando en una nube colorista que cosquillea en la conciencia, como las burbujas de esas bebidas carbonatadas tan populares.

No obstante su futilidad, o quizá por ello, la lectura del diario suele ser una "droga poderosa" que crea hábito. Conozco personas que si no empiezan el día con una lectura del diario, no se sienten cómodas; algo les falta para sentirse normales. Y hay otras que necesitan del diario de los domingos, normalmente engrosado hasta extremos cómicos, para darse cuenta que realmente están al fin de la semana.

En realidad es un hábito inocuo que no debería criticarlo ya que a nadie enferma y además mantiene cientos de puestos de trabajo de gente inteligente. No obstante origina un efecto algo inquietante: la inmensa mayoría de los lectores "de diarios" creen, con la fe del carbonero, que por esta acción banal y semiconsciente... se mantienen perfectamente informadas sobre la marcha del mundo. El delirio (así lo defino por su poca conexión con la realidad externa) llega a tal extremo que para algunos lo que no ha sido publicado en "su" diario o no existió, o su importancia es nula.

Naturalmente nada saben, pero al perder la conciencia de su ignorancia han añadido a ella un factor de estabilidad y solidez fruto de la confianza del que "cree" saber. Y así anda el mundo, cada vez más desinformado de lo esencial pero conociendo hasta el detalle todo lo que por capricho de los medios resulta publicado.

Algunos opinan, con cierta depresión, que existe un elemento demoníaco en el consumo de la información (cada vez más degradada). ¡Este sí que es un vicio moderno! Vicio que no podría existir sin nuestras comunicaciones casi instantáneas. Gracias a ellas lo que sucede en ciertos países es más interesante que lo que sucede en otras partes. Una señora se despierta cierto día y decide cortarle el pene a su amante. Si el episodio ocurrió en Nueva York tendrá plana mundial, si sucede en Ghana, sólo se enterará el gato de la casa que recibirá ración extra. El criterio es elástico. No se trata que lo que pasa tenga relevancia (según los especialistas de la cuestión), sino simplemente que suceda en el lugar y momento oportuno. Dicho consumo es inagotable y nunca se sacia; cuanto más, más se quiere. No existen límites biológicos, ni psicológicos al consumo de información basura. Si uno no se auto limita, después de un diario puede venir otro, y luego una revista, y luego otra, y luego la televisión, y en el coche la radio, y así de seguido. La información se realimenta de sí misma, y resulta frecuente que un medio reseñe a otro ("El diario tal ha publicado tal reportaje donde..."). Cazar noticias es fácil y barato porque cualquier cosa se convierte en ella si resulta publicada. La noticia es lo que se publica, no lo es antes de publicarla (antes está en estado de materia virtual, transparente e informe).

Para los humanos de épocas antiguas la información era vital para subsistir. En siglos pasados, menos comunicados, la información seguía siendo importante y también era fuente de poder en un universo pequeño y estático. Ahora la información publicada siempre entretiene pero excepcionalmente importa. Ya no sirve para nada pero ayuda a conversar; proporciona un tema neutro, alejado de las propias penas. Además, y como resto arqueológico de épocas pretéritas, el que las comenta parece algo más ilustrado que el que no las conoce. Sucede como el que tiene libros en un estante, están ahí, por estética, pero el visitante tiene la impresión de que en la casa hay "cultura" (Hojeando revistas de decoración percibimos que ya ni siquiera son necesarios como iconos. La gente termina dándose cuenta que algo que no se usa puede siempre ser reemplazado por algo más bello o impactante).

Los diarios son la señal de una sociedad industrializada; dentro de poco tendremos otras señales más actuales. Pero difícilmente comprenderemos mejor lo que sucede. La tecnología permite rediseñar nuevos árboles, con líneas llamativas, que, como siempre, cumplirán su importante misión de ocultar el bosque.

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