viernes, 17 de agosto de 2007

Camino

"Muy a menudo es fácil reconocer una ventaja, pero saber lo que se ha de hacer con ella es otra cosa." P.H Clarke

Todos conocemos los caminos; permiten ir de un lugar a otro. Ellos se forman cuando la gente recorre el espacio. No hay manera de evitar su creación (no sólo los humanos los crean, también los animales). Gran parte del dinero de una civilización se invierte en diseñarlos y mantenerlos. Los caminos comienzan su progreso cuando son empedrados y luego, con los siglos, forman rutilantes autopistas adornadas con toda clase de señalizaciones. Los caminos indican que hay vida. Si hay caminos existe alguna clase de inteligencia en el entorno. Por supuesto yo no comparto la idea que únicamente los humanos gozamos de esa facultad.

Ciertos caminos son invisibles, como los que recorren los aviones. Rutas que no se ven, pero ahí están. Un alma ingenua podría pensar que los aviones van por donde quieren. No, van por donde deben. Hay senderos en el aire solidamente trazados y el salirse de ellos ocasiona trastornos que el piloto debe conocer. No obstante las pistas celestes no están restringidas al quehacer humano; los pájaros recorren en sus migraciones anuales también sus rutas. Los observadores de aves lo saben (al igual que los cazadores) y se apostan en lugares específicos para verlas pasar.

El fenómeno es recurrente. Al principio se puede ir por cualquier parte, más tarde aparecen senderos y las personas, en su ajetreo, dan forma a un nuevo camino. Los animales también prefieren sus propios caminos, incluso en los insectos se observan pautas en su andar de apariencia tan anárquica; senderuelos poco llamativos que responden a circunstancias vitales que a nosotros pueden parecernos insignificantes; confundidos por la pequeñez de estos individuos.

Cavilando sobre la cuestión pronto uno descubre otra suerte de caminos, igualmente invisibles. Algunos los llaman hábitos, otros "tendencias", pero en la práctica son verdaderos caminos por donde fluye la actividad cerebral con igual intensidad que en las avenidas de una gran ciudad. Hay, en la mente (entendiéndola no como una entidad mística sino como lo que hace el cerebro) rutas muy trilladas, calles céntricas y concurridas; y hay otras que sólo se recorren en momentos especiales: son callejuelas solitarias que constituyen los suburbios del espíritu. El precepto antiguo "conócete a ti mismo" debería ser releído, para mayor precisión y guía de los humanos, como "conoce los caminos principales de tu mente; y no pierdas de vista los secundarios". Esta tarea cartográfica es indispensable aunque perfectamente postergable. Casi siempre lo urgente está por delante de lo importante.

Sin un mapa de nuestros caminos mentales toda interpretación de la conducta es cándida y todo propósito fortuito. Y como este mapa casi nunca existe, ni tampoco el deseo de construirlo, la mayoría de nuestros planes tienen un carácter aleatorio que preferimos no pensar. Nos gustan ciertas cosas, evitamos otras, y unas terceras nos producen francamente asco. Estas orientaciones y fobias obligan a las carreteras de la mente a diseñar inesperadas curvas, a entrar en viaductos subterráneos, a crear caminos sin salida (aunque ello se ignora porque tampoco se recorrerán hasta el final). El sujeto se siente libre y cree, al igual que el ingenuo que cito más arriba, que puede ir en cualquier dirección, como los aviones; y como ellos tiene un camino prefijado hasta el detalle.

Cada sensación, idea, emoción o pensamiento habitual se mueve por un camino construido. Cada vez que algo realmente nuevo se intenta se necesita rediseñar un circuito mental; lo que no quita que existan, en apariciones inesperadas, pensamientos extraños, fuera de ruta. Aparecen como intuiciones repentinas, como fantasmas al borde del camino. Serían perturbadores sin duraran; pero su carácter fugaz y aleatorio permiten llevar una vida normal (cuando persisten el individuo siente que algo ajeno se ha instalado en su cabeza).

Introducir un cambio importante en la vida es simultáneamente una operación vial: hay que crear un nuevo camino. Descubrimos que se necesita material de construcción, conocimientos topográficos, aplanar el terreno, contar con recursos económicos, enlazar el punto de partida con pueblos intermedios... y sucede, casi siempre, que la operación se abandona a poco de empezar; como esos proyectos de autopistas que, en algunos países subdesarrollados, de pronto desaparecen en el desierto.

Las leyes de la construcción de caminos mentales son implacables. Los diseños son pocos; y los probables menos aún. Sólo el genio presenta un diseño excéntrico (para bien y para mal). Las utopías educativas siempre alentaron esa clase de posibilidades; como si todo fuese posible, baste con que se empiece muy temprano. Estos fracasos demuestran algo: que no sólo necesitamos caminos, sino, además, puntos importantes para comunicar. Si la educación no crea puntos de atracción, que operen como ciudades mentales, los caminos no comunicarán nada significativo y serán por lo tanto obras de ingeniería inútiles.


Nota: la cita inicial es de "100 Soviet Chess miniatures", G.Bell & Sons Ltd, London 1963. Existe traducción de Jaime Piñeiro en Editorial Bruguera 1973).

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