jueves, 30 de agosto de 2007

Azar

(Azar o el otro nombre del diablo)

En una ciberlista filosófica, Sandra escribió:

«Quizás podríamos decir que el azar absoluto no existe, sino que cada plano, cada nivel, puede tener su propio azar.»

Si cada nivel determina su propio azar, entonces no hay azar en absoluto, sino órdenes de probabilidades.

Recurramos al argumento de autoridad: "Dios no juega a los dados". La conocida frase de Einstein admite una interpretación puramente epistemológica, al lado de otra teológica. La palabra árabe 'az-zahr', o 'al-sâr', significa precisamente un juego de dados que, al parecer, los cruzados inventaron en Palestina. ¡Qué casualidad, precisamente en Palestina! En esa tierra sangrante pueden matarte más fácilmente que en cualquier otra, hoy mismo, una bala perdida que se pagó con dinero de Wall Street.

El término "azar" es vulgarmente equívoco.

En el sentido de "lo imprevisto" o "lo imprevisible"... El surrealismo exploró lo que Breton llamó "el azar objetivo", que viene a ser casi la negación del azar como casualidad, pues en "lo imprevisto", por ejemplo en un encuentro memorable con el amor, en el hallazgo de un objeto singular para el deseo, en el descubrimiento azaroso del otro, se nos revelaría precisamente lo más esencial de nuestra existencia personal. A este respecto, recomiendo El amor loco, y la descripción del encuentro y los paseos del poeta con Jacqueline Lamba.

Azar en el sentido de "lo no explicado o inexplicable". Parece evidente que la ciencia se construye precisamente contra el azar. Crece como un globo, ganando para su volumen de fórmulas, explicaciones y descripciones, lo formulado, lo explicado, lo descripto, el terreno que conquista a lo incógnito. Calcular el azar, por ejemplo en términos de probabilidades estadísticas, es resolverlo o disolverlo. En este sentido, nos parece que es fruto del azar el fenómeno cuya complejidad causal no podemos inducir ni predecir como suceso. Llamamos casualidad, simplemente, a la causalidad desconocida.

El significado de "azar" puede ser abstraído metafísicamente: la incertidumbre aleatoria de ciertos acontecimientos: el "efecto mariposa", la nariz de Cleopatra, el grano de arena en el uréter de Cromwell (Pascal)... Nos estremecemos ante la posibilidad de que causas diminutas puedan tener efectos pavorosos, históricos, biográficos y vitales tan considerables como la bola de nieve que resulta de la acumulación provocada por el grito de admiración o euforia del alpinista, acontecimientos capaces, por ejemplo, de acabar con uno o muchos mundos, en un accidente automovilístico o en el incendio -imprevisto por Cesar- de una magna biblioteca, la grandísima de Alejandría.

Nuestro conocimiento es de tal condición que, inevitablemente, los acontecimientos desprovistos de finalidad la adquieren en cuanto les atribuimos significación simbólica: la guerra y la ambición desmesurada matan la verdad contenida en los libros, etc. Desconocer el poder antropomórfico del símbolo, aun del más abstracto, es incurrir en una candidez epistemológica considerable. No hay explicaciones absolutamente objetivas, sólo explicaciones más o menos abnegadas, verosímiles, adecuadas al objeto, verdaderas. Probablemente sea esta la intuición fundamental del famoso "principio antrópico" de Stephen Hawking (v. Historia del Tiempo). Sólo podemos explicar científicamente el universo como si todos sus acontecimientos estuvieran encadenados necesariamente para producir dicha explicación. El azar entonces no es más que "lo mecánico que se comporta como si tuviese una intención" (Bergson).

Más sutil (más francesa) todavía resulta la concepción de Cournot. El azar no sería sino una especie particular de causación, aquella que resulta de la combinación o del encuentro imprevisibles de acontecimientos pertenecientes a series mutuamente independientes, elementos que se llaman por eso mismo fortuitos o resultados del azar, como la teja que cae y descalabra al peatón, sea éste culpable o inocente, delincuente u honrado, joven o viejo. El resultado se identifica con el factor trágico de la vida, imponderable, con el oscuro destino, con el sino funesto, con la moira o el ananké que inspiraron los grandes sueños literarios de los griegos. Por eso me ha gustado llamar al Azar "el otro nombre del Diablo" (por supuesto se trata de un ropaje fantástico, mítico, y como tal lo empleo con propósitos clarificadores y didácticos). La propia concepción de la independencia de las series causales no tiene mucho que ver con la perspectiva holística, universalizadora, abstractiva, específica de la filosofía.

La tendencia filosófica no puede sino matar al diablo. Tal pensamiento nació precisamente de la crisis del Azar, del descrédito de la arbitrariedad divina. La ciencia y la filosofía nacieron sustituyendo a Caos por Kosmos; y al Azar, por el Logos. La concepción "gaseosa" ("gas" viene del griego 'Chaos') del universo derivó hacia una explicación sustancial, más segura. La suposición de que parte la historia de nuestro conocimiento científico es francamente optimista. Nietzsche lamentó por ello que la filosofía -y todavía más la ciencia- exterminase la visión mito-poética y caótica de la realidad que era propia de la sabiduría trágica (de Sófocles y Esquilo). No es el Orden sino el Azar, precisamente, el que dispone todo para que Edipo, aun contra lo verosímil y contra su voluntad, mate a su padre y se acueste con su madre. Tal concepción de la existencia resulta palpablemente inmoral o, si se quiere, amoral.

-¡Tate! -objetará el romántico con voluntad de sátiro- ¿por qué va a ser la naturaleza moral?

-¡Pues también lo es! Yo soy la prueba -añadirá el Sentido Común (cada vez menos común, me temo).

La historia del hombre ha de ser para un naturalista, precisamente para un naturalista, un fenómeno natural, y la moral un epifenómeno del (re)sentimiento, o mejor será decir, de la reflexión evolutiva y diversificadora de ciertos sentimientos: amistad, simpatía, empatía, sentido del orden, buen gusto, etc.

Como se sabe, Heisenberg llamó azar a otra cosa, a la imposibilidad de aplicar a los fenómenos atómicos el determinismo clásico. Muchos han insistido en que el famoso Principio de Incertidumbre no es más que un determinismo refinado, que resulta sólo de la indeterminación de nuestros medios de conocimiento. Otros extienden la noción de incertidumbre al propio fondo de la naturaleza...

Pero, entonces, hablar de leyes del azar resulta un retruécano insoportable para quien ostente una mentalidad medianamente lógica, a no ser que restrinjamos el azar a mera probabilidad.

Tal vez la filosofía sólo pueda aportar aquí un análisis riguroso del sentido de lo que decimos cuando empleamos la palabra azar como sujeto u objeto de nuestro pensamiento, un análisis que escapará por vocación al azar mismo.

Cordial y premeditadamente, no al azar.

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