miércoles, 15 de agosto de 2007

Amenaza

(Timor Dei principium sapientiae)

Es peor si no sabemos de donde procede ni tal vez cual pueda ser su forma. Esa fue la clave del suspense creado por Alfred Hitchcock: se nos contraen los cojones, si te quedan. Se acelera el pulso. Se dilatan las pupilas. Es un arte elusivo. La verdadera forma de la amenaza es la muerte que llevamos dentro. Temo sobre todo a esa furia que llevo en mi interior como un verdadero afán destructor. Temo el descuido.
Lo peor es que nuestra vida, aun examinada y orientada, se dirige como una flecha sacudida por las circunstancias hacia un horizonte de algún modo previsto pero desconocido, desde un origen sentido vagamente. Toda la frágil arquitectura de nuestros hábitos pende de un hilo. Cuando sentimos esto, la existencia puede antojársenos un don o un milagro. Se adensa el instante a la luz del incierto porvenir.
En cualquier momento, saltará el dragón de la Amenaza y nos pillará desarmados, nudos, vulnerables. Un poco de grava en una curva de la carretera, una placa de hielo imprevista, un bichito invisible en un pulmón de tu hijo, una célula de tu páncreas que ha dado un golpe de Estado convirtiendo al tumor maligno a muchas otras...
Tenemos que aprender a convivir con Amenaza. Tal vez el mal no sea más que una fractura del bien, su sombra fantasmagórica, pero se manifiesta en hechos ciertos. La amenaza principal se cumplirá inexorablemente y el náufrago se quedará mudo y sin oración, ya no se quejará, exánime.

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