martes, 14 de agosto de 2007

Ajedrez


"A los jugadores profesionales de ajedrez no debería permitírseles declarar en los tribunales de justicia."

Maimónides. Mishnah (Sanhedrin 3.3)


Los humanos somos animales de costumbres. Esto es cosa sabida, pero casi nunca pensamos en esto (excepto, claro, cuando las circunstancias obligan).

¿Tiene algo que ver el ajedrez con los hábitos? Veamos, si las costumbres nos rigen, casi siempre más allá de la autoconciencia, puede suceder que ignoremos los recursos que están a nuestro lado. Recursos inapreciables que, sin embargo, son invisibles.

Estaríamos, en cierta forma, en la situación de aquel que se muere de sed por no ver la abundancia de agua en su entorno. Menesterosos rodeados de riquezas; así nos lamentamos de lo que no tenemos y apenas damos un vistazo aburrido y superficial a nuestro mundo.

¡Qué desastre cuando hay un corte de luz y no podemos ver televisión! ¡Qué terrible cuando se nos acaba nuestra provisión de lectura! ¡Qué hacer para llenar esos huecos grises que, al pasar de los años, se ensanchan a la par que se encogen las primeras ilusiones!

Alguna vez he pensado que si alguien, decidido a suicidarse, se tomara el tiempo de hacer una lista minuciosa de todas las cosas que puede hacer... en sus últimos momentos (ya que por su misma situación extraordinaria estaría en la privilegiada situación de excederse en lo que le de la gana), la lista podría ser tan extensa… que el suicidio tendría que postergarse sine die.

Y es así, que filosofando sobre aquellos recursos que estando al alcance de todos son, sin embargo, invisibles para la mayoría, uno puede apercibirse del valor del ajedrez ¡El ajedrez también está allí!

El ajedrez posee la gran virtud de todo juego (que en tanto actividad lúdica no es algo práctico). Y, además, por su complejidad y variedad resulta el monarca de los juegos.

Es el jugar la actividad propia de los mamíferos inteligentes (cuanto más inteligente es la especie más tiempo dedicada al juego), y como tal los juegos constituyen un porcentaje mayor en la ocupación del tiempo en las sociedades más desarrolladas. Homo ludens, sociedad sofisticada.

Dentro de los juegos el ajedrez ocupa un compartimiento especial. Observando la práctica ajedrecística constatamos su semejanza con una de tipo meditativa, individualista y recoleta. Los jugadores recuerdan más al ambiente de un claustro de monasterio que a las bulliciosas gradas de un estadio contemporáneo. Sin embargo esa primera impresión se pierde cuando se contempla la impresionante cantidad de torneos, en todo el mundo; de revistas, libros, tiendas especializadas y programas informáticos especializados. Hay mucha actividad en torno a este modesto juego donde dos personas, frente a frente, separadas sólo por un pequeño tablero con cuadros de dos colores, desplazan pequeños trebejos luego de largos minutos de concentración.

Por el dinero que mueve y por la gente que participa se parece a un deporte con sus asociaciones "federadas" (y sus inevitables rencillas tan típicas de cualquier escenario similar), sus estatutos, y los habituales y multitudinarios encuentros locales, nacionales e internacionales. Sin embargo, y a diferencia de cualquier otro deporte conocido, también puede existir en cualquier lugar insólito y poco frecuentado por aspirantes a la fama: un asilo, el patio de una iglesia, un parque, una playa solitaria o el ámbito reservado de una estancia privada.

Cualquiera puede aprenderlo y no se tarda mucho, si apetece, en dominar las reglas básicas. Y puede acompañar toda una vida o gran parte de ella. Sirve de entretenimiento, y para algunos predispuestos, es materia de reflexión tanto en su aspecto técnico como en otro más general (lindando con la metafísica), en el cual el ajedrez modeliza aspectos de una realidad tan compleja como inasible.

Hay otros juegos que pueden comparársele, pero ninguno tiene su antigüedad, su capacidad de emigración y de sintonización con culturas muy dispares (piensesé, por ejemplo, en los GM estadounidenses e indios; representantes de sociedades tan opuestas). Recopilar sus cualidades y sus avatares históricos deja perplejo al investigador. ¿Qué puede aportar, entonces, una actividad que no lleva a ninguna parte, y que, por ello mismo es irrelevante para la subsistencia? Una actividad propia de especialistas y que sin embargo podemos verla en acción en cualquier rincón de nuestro mundo.

El desarrollo tecnológico no lo ha afectado. La aparición de programas informáticos capaces de ganar a un humano es un aliciente para el ajedrez, no decretó su ruina. Hasta hace unos años si alguien quería mejorar en el juego necesitaba o largos años de estudio o contratar un entrenador para ello. La primera alternativa es privilegio de pocos; la segunda es más dinámica pero muchísimo más cara; la combinación de ambas ideal, pero, por supuesto, los costes se elevan. La informática ha democratizado el acceso a niveles más elevados de juego. Hace posible que cualquiera tenga su "entrenador" en casa y que siempre pueda desarrollarse si está dispuesto a ello. Por lo tanto y contra los pronósticos agoreros los programas informáticos traen una renovada fuerza al antiguo juego al permitir elevar el nivel de experiencia de sus jugadores (se aprende más cuanto más probable sea la posibilidad de perder).

La práctica del ajedrez tiene muchos senderos. Se puede elegir la vía del “experto” (hasta coronarla con el título de Gran Maestro), o la más amistosa y placentera del vulgar aficionado. Se puede jugar en una época de la propia existencia y luego dejar que se aleje en alas del recuerdo. Se puede volver cuando ya otros objetivos han perdido su capacidad de atracción, o se puede ir y venir al compás de nuestros humores, ilusiones y necesidades. Hay sabios unilaterales que son aquellos que sólo hacen ajedrez, y hay estudiosos que lo comparten con otras actividades científicas o artísticas. Como dijo Ludek Pachman, el famoso ajedrecista y GM checoslovaco muerto hace poco, "los buenos ajedrecistas son hombres cultos y polifacéticos; los geniales son de otra manera".

En cada instante, a partir de la iniciación (que puede darse en cualquier momento de la vida humana), el ajedrez propone varias líneas de "juego", con sus variantes siempre abiertas. Personalmente no creo que el ajedrez desarrolle cualidades especiales de tipo intelectual; sin embargo estoy convencido que si esas cualidades preexisten, jugar al ajedrez es equivalente a beber un buen sorbo de agua clara y fresca en una jornada agobiante de estío. ¡El que se muere de sed, en nuestra sociedad contemporánea... se lo merece por tonto!

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